Clase media: ¿oposición o gobierno?

Alejandro Horowicz: “La clase media es una mayoría amorfa y contrariada”

Por Hernán Lascano / La Capital

Ese malhumor tan notorio en las clases medias urbanas durante el conflicto del campo, ¿de dónde vino? ¿De las retenciones móviles? ¿De la inflación? ¿De los modales de Cristina? El historiador Alejandro Horowicz cree que hay que sumergirse bastante más para tocar la fuente de esa tensión, que considera ligada a la incapacidad histórica de la clase media de trazar el mapa de sus conveniencias. Con la crisis del campo rebrotó un problema estructural de las capas medias en Argentina que, piensa Horowicz, tienen enorme dificultad de registrar lo que sucede.

“Si consideramos los asaltos, secuestros y homicidios por año en el país, vemos que las víctimas fatales no llegan al millar. Pero 7.500 personas mueren por año, en promedio, en accidentes de tránsito. Hablamos de 75 mil en una década, que afecta a un millón de personas. Blumberg movilizó a millares por el emergente de un secuestro y puso la agenda pública alrededor de la inseguridad. Y el millón de víctimas de la tragedia vial recién ahora, con tibieza, empieza a entrar en la agenda pública”.

¿Qué supone esto? Que la Argentina vacila en ver aquello que más la afecta. “La luz roja del tablero se enciende pero la lectura del conductor falla”.

Un año clave. Horowicz entiende que 1976 es el año que acentúa la incapacidad de la clase media para leer lo que llama los rasgos pertinentes de la crisis. “Fue el año en que la noción de igualdad ante la ley fue quebrantada. Y que echa las bases de una mayoría contrariada cuyo mayor programa es impedir”. Sin capital político y simbólico para conducir un proceso histórico propio, las heterogéneas clases medias deambulan en busca de aliados momentáneos. “No tienen éxito para proponer, sí tienen éxito en impedir lo que no quieren”.

Ejemplos: “Para impedir el programa de la guerrilla en el 76 tolera el terrorismo de Estado y el modelo económico de Martínez de Hoz. Para frenar la inflación defiende la Convertibilidad, que la hunde. Para alejar el fantasma del malestar defiende un programa de corto plazo basado en la expansión del modelo de la soja”.

Las clases medias vivieron en el 76, dice Horowicz, una dura derrota. “Entender esa derrota requiere de un recorrido. Entre 1940 y 1976 Argentina intentó varios proyectos industriales en el convencimiento de que la modernización era una cierta versión del desarrollo. Quien pensó esto antes que nadie fue Federico Pinedo. El precio de las materias primas se había derrumbado de 3 a 1. Para consumir los mismos productos elaborados Argentina tendría que fabricarlos. El país no tenía a quien venderle lo que exportaba y se habían reducido los compradores. Por ello necesita otro proyecto. Pinedo nota que el salario de los trabajadores, el poder adquisitivo, es clave en este modelo. No piensa en justicia social sino en modelo económico viable. Cuando el primer Perón intenta aplicar su versión del plan Pinedo con su apoyatura social fracasa. Frondizi intenta lo mismo sustituyendo el ahorro interno por capital externo y fracasa. Krieger Vasena trata de hacerlo de la mano del capital más concentrado y cepillando un esquema de la renta agraria: el de paridades compensadas (retenciones) no lo plantea ningún jefe bolchevique sino él y fracasa. Perón con Gelbard lo vuelve a intentar y fracasa”.

El plan de Joe. Quien constata este fracaso en 1976, dice Horowicz, es José Martínez de Hoz. Y se propone restituir la supremacía agropecuaria en la economía. “Para ello busca aliados. El primero es el viejo bloque industrial. Le ofrece transformar sus activos físicos, radicados en el país, en activos líquidos. Esto es vender sus bienes en condiciones de mercado mundial. Y lo hace con la política que construirá la deuda externa. ¿Resultado? Permite un ingreso de capital financiero libre de modo tal que se puede vender y comprar cualquier cosa. Lo que hace el bloque industrial es vender”.

Cuando Joe termina su gestión, constata Horowicz, 30 grupos económicos transan el 70 por ciento del producto argentino.

“La estrategia seductora tenía un segundo escalón que fue el del dólar barato para el turismo destinado a las capas medias. Cuando queda claro en 1980 que el modelo no cierra, las vacaciones argentinas en el exterior costaban, tablita mediante, 5 mil millones de dólares”.

Sueños dorados. “Era el delirio. Cualquier psicoanalista porteño ganaba más que Françoise Doltó en París, que cobraba 30 dólares la sesión. Vivíamos la ilusión de que Buenos Aires era un barrio de Nueva York. Ahora vemos las continuidades de política que hacen que hoy, en Argentina, todo el que no le asegure ese umbral a este sector social no sea otra cosa que un populista cretino”.

Lo que no asimiló la clase media, cree Horowicz, es haber    sufrido una derrota. “La derrota se expresa en la imposibilidad de pensar un proyecto diferente, no se acepta la experiencia vivida como una fuente de conocimiento. De este modo los accidentes automovilísticos que afectan a un millón de tipos importan menos que la imagen de TN donde hay un quiosquero que fue asaltado”.

“Entender lo real implica registrar diferencias que no son    naturales. La política ha sido cooptada para este proyecto de anulación de diferencias. La clase media no percibe al capitalismo como lo que es: una fuente continua y sistémica de transformaciones. No ve que lo que hoy genera prosperidad coyuntural, como el modelo de la soja, mañana será historia antigua, como lo fueron la tablita cambiaria y la Convertibilidad”.

¿Qué rasgo pertinente deberían leer las capas medias? “Que    hoy se produce una crisis capitalista como tantas que nos permite otra oportunidad. Muchos de los movilizados alrededor del campo no tienen una percepción adecuada del problema. Que el modelo sojero le convenga al 2,2 por ciento de los productores, que son exactamente 1.800 actores, sobre 84 mil, es entendible. Pero que los 67 mil restantes, que son el 80 por ciento y producen el 20 por ciento, hayan defendido el negocio del 2,2 por ciento es absurdo. Esto no es sólo responsabilidad de esos productores sino también de un gobierno que no plantea un modelo alternativo. Y que cuando la Federación Agraria buscaba un plan agropecuario integral y no sólo un debate sobre la soja le daba la espalda”.

Cuando Kirchner asume, reseña Horowicz, 10 millones de    hectáreas se usaban para producir soja. Hoy se usan 15 millones. “El gobierno ha sido socio del modelo. Creyeron que esto podía hacerse ad infinitum. La miopía es colectiva”.

El duelo. Para tener salida la clase media debe elaborar la derrota que sufrió. “Si uno cree que el 76 es la derrota de la guerrilla, está frito. El 76 es la derrota de un proyecto nacional alternativo que incluía a un montón de gente que no estaba a favor de la guerrilla. Cuando uno mira el 76 ve el deseo mayoritario de la sociedad argentina de poner fin a la guerrilla. Ese deseo no suponía, sin embargo, adhesión mayoritaria al proyecto económico de Martínez de Hoz”.

Horowicz investigó las cartas de lectores del diario La    Prensa durante la gestión de Videla, con sorprendentes conclusiones, que le permiten retratar a las capas medias. “Se trasluce el conocimiento de todo lo que estaba pasando en términos de represión, y a la vez el desagrado por la incapacidad de los militares de haber hecho algo más que evitar la derrota militar con la guerrilla. Uno ve entonces la construcción de una mayoría amorfa y contrariada. De una mayoría para la que el mayor programa es impedir. Y que todo aquello que busca impedir lo logra. Aunque tampoco puede impedir que el modelo económico sea el de Martínez de Hoz. Para evitar la guerrilla acepta el terrorismo de Estado. Para defender la democracia tiene que aceptar la política de los gobiernos parlamentarios porque no se propone una construcción democrática. Desde el 83 se reitera la política del golpe sin golpe. Para impedir la inflación, defiende la Convertibilidad, aunque tiene el estallido final y el fondo del pozo del 2001. El dramático secreto de los sectores populares en la Argentina es que han mostrado una tremenda incapacidad para apropiar el conocimiento colectivo. Un grado de sujeción enorme a lo que la clase dominante hace. Y la clase dominante en Argentina, desde el 76 para acá, ya no es una clase dirigente. No se propone llevar a la Argentina a ninguna parte. Simplemente se propone realizar la renta en las condiciones del mercado mundial. Haciendo lo que mejor le venga. No tiene ningún programa. Su único programa es la mayor rentabilidad en las próximas 72 horas”.

Fuente: La Capital, Rosario: 24.08.2008

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