Memoria del enemigo 13

Paysandú, verdugos, Urquiza y sus caballos

 

(…)

Quema pública de los tratados de Río de Janeiro (18 de diciembre)

 

Advenidas las municiones desde el arsenal de Buenos Aires, Tamandaré reinicia el bombardeo el 14 con desesperación, con rabia, contra la pequeña ciudad inexpugnable ((se refiere a Paysandú)) que no tiene defensas y donde un puñado de hombres osa resistir al Imperio.

En Montevideo el ministro de las Carreras realiza un acto simbólico para demostrar que la República Oriental de ahora es distinta de la de 1851 que capituló con Andrés Lamas los inicuos tratados de Río de Janeiro. Esta guerra es de liberación y nada subsistirá del oprobio de otros tiempos. Por decreto del 14 de diciembre ordena la destrucción pública y solemne por el fuego de los cinco tratados ¨inicuos¨ del 12 de octubre de 1851. El domingo 18 de diciembre, en un estrado construido en el centro de la plaza Independencia, ante el presidente Aguirre, el estado mayor y una muchedumbre compacta que vocifera vivas al Paraguay, a Urquiza, a la independencia oriental y a los defensores de Paysandú, y correspondientes mueras a los macacos y traidores, son incinerados los documentos por mano del verdugo a los compases del Himno Nacional. Por lo menos, ese día la República Oriental es plenamente soberana. No estoy seguro de que exista un verdugo en Montevideo, pues las ejecuciones capitales se hacen por medio de la mosquetería –informa Maillefer-, pero dejo subsistir este término característico empleado por todos los diarios. Y añade conmovido el buen francés: En suma, es un hermoso espectáculo la resistencia de este pequeño país a los ataques combinados de sus malvados vecinos y de la revolución mantenida por agentes a su sueldo.

 

Una venta de caballos (31 de diciembre)

 

El 20, Lucas Piriz ensaya una salida y logra expulsar a Flores y a Netto a cuatro leguas de Paysandú. Pero ya están a la vista los regimientos de Mena Barreto, y el 22 vuelve a cercarse la ciudad. El bravo Piriz (argentino, nativo de Concepción del Uruguay) obtiene como premio el ascenso a general; poco podrá gozarlo. El comandante Braga escribe a Entre Ríos: La voluntad de todos es morir antes que consentir que manchen este pueblo con su planta inmunda el imperialista Flores y demás canalla brasileña.

 Se acercan las últimas horas. El Ivahy trae más municiones de buenos Aires, generosamente provistas por los arsenales de Mitre, aunque éste lo negará. Hay varios días de tregua mientras se prepara el asalto definitivo. El 29 deliberan en San Francisco (a legua y media de la ciudad) Barreto, Tamandaré, Netto y Flores: sus efectivos son casi veinte veces superiores a los escasos seiscientos hombres, cansados y heridos, que quedan a Leandro Gómez; sus armas, infinitamente mejores; sus municiones, abundantísimos. Va a darse la batalla final, fijada para las cuatro horas veinte minutos del 31 de diciembre. Tamandaré quiere que el año nuevo encuentre a la bandera brasileña en la cúpula de la iglesia donde todavía luce la oriental. Todo Entre Ríos –comenta Julio Victorica- muchos correntinos y gran número de porteños asisten desde la costa argentina a aquel terrible espectáculo… La contemplación paciente de semejante cuadro era insoportable. Entre Ríos ardía indignado ante el sacrificio de un pueblo hermano, consumado por nación extraña. El general Urquiza no sabía ya cómo contener a los que no esperaban sino una señal para ir en auxilio de tanto infortunio

Despliega frente a Paysandú el ejército imperial. Joäo Propicio Mena Barreto, su general, dispone los efectivos para la acción definitiva; el bravo José Antonio Correia da Cámara (que andando el tiempo mataría a Solano López en Cerro Corá y recibirá por eso el título viril de vizconde de Pelotas) desembarca cuatro cañones de la escuadra para bombardear por tierra a los baluartes. Perdidos entre los imperiales aparecen los 600 jinetes de Flores, pues la deserción ha diezmado a los cruzados.  Un gran hombre de armas del ejército de Joäo Propicio no tomará parte en la acción: es Manuel Osorio, el futuro Marqués de Erval y jefe de la caballería. Debe cumplir un cometido de suma importancia por orden de Silva Paranhos: entrevistar a Urquiza en el palacio de San José para comprarle 30.000 caballos, prácticamente todos los de Entre Ríos, al precio extraordinariamente generoso de 13 patacones cada uno. Una operación que totaliza la exorbitante suma de 390.000 patacones, casi los 400.000 que le dieron a Urquiza en 1851 para guerrear contra Rosas.

Al tiempo de empezar el asalto definitivo de Paysandú, ante el horor y la furia de su pueblo que asiste impotente a la masacre desde la orilla argentina, yh la expectativa de todo el mundo que espera de un momento a otro su anunciado pronunciamiento para liberar a los sanduceros, Urquiza trata con Osorio el precio de venta de la caballada destinada a combatir, precisamente, a los brasileños… Correspondía esta adquisición –traduzco al brasileño Pandiá Calógeras- al desarme del posible adversario, pues los entrerrianos, óptimos y admirables jinetes, no formaban sino pobre infantería. Y de esta manera Urquiza fue anulado como valor combatiente.

Ignorante de los éxitos comerciales de Urquiza, llueven sobre éste peticiones de todas partes, incitándole a la acción y clamando órdenes. Solano López espera desde noviembre con un ejército en la frontera el pronunciamiento prometido por Urquiza que le permitiría cruzar el territorio argentino y llegar en pocas jornadas a Paysandú. En momentos de desarrollarse el último y definitivo ataque a la ciudad, y de concluirse el negocio de los 30.000 caballos -1 de enero- el ingenuo presidente paraguayo escribe a su ministro en París, Cándido Barreiro: Dentro de pocos días el general Urquiza debe tomar una actitud decidida, no siendo posible que continúe como hasta aquí.

Comenta Pandiá Calógeras la absurda actitud de Urquiza olvidando por un negocio de caballos a Paysandú, a los blancos orientales, a los entrerrianos, a los federales argentinos y a los paraguayos –finalmente- que quedarían solos en la patriada. Lo comenta con duras frases que prefiero dejar en su lengua:

Näo existía em Urquiza o estofo de um homem de Estado: näo passava de um condottiere (…)  permaneceu inativo por tanto. De fato, Azim éle traía a todos. Cuida ao Brasil o tornar inofensivo. Urquiza, embora inmensamente rico tinha pela fortuna amor inmoderado; o general Osorio, o futuro marqués de Erval conhecta-lhe o fraco e deliberou servir déle…

 

Mientras Joäo Propicio, Tamandaré y Pelotas empezaban el 31 de diciembre la batalla de las 56 horas que acabaría por hacerlos dueños de Paysandú, Osorio ganaba río por medio otra batalla –la de los 30.000 caballos-, más fácil quizás y menos gloriosa, pero más decisiva para la causa del Imperio.

Rosa, José María. La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas. Buenos Aires, Hyspamérica –Biblioteca Argentina de Historia y Política-, fragmento del capítulo 23, 1985. 

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