Memoria del enemigo 3ra parte

MEMORIA QUE ELEVÓ EL CORONEL ROZAS AL GOBIERNO DE BUENOS AIRES

 

 

Excmo Señor: Habiéndose empeñado la República en la actual guerra contra el Emperador del Brasil en circunstancias en que aún se estaban llorando, en esta provincia, los horrorosos desastres que habían causado en sus campos las repetidas incursiones de los indios salvajes; y teniendo noticias en el año 1825 el señor gobernador de ella, don Juan Gregorio de Las Heras, que los portugueses intentaban apoderarse de Patagones, y también de Bahía Blanca, si les era posible, para concitar desde ambos puntos a los indios contra nosotros y fomentarlos en la empresa de asolar los campos de la Provincia, me hizo hablar por medio de su ministro, el señor don Manuel J García, parea que me encargase de negociar la paz con ellos, y separarlos totalmente de las intenciones de los portugueses. Yo no trepidé un momento en prestar a la Provincia y a toda la República este importantísimo servicio, pero poniendo por precisa condición que  se me había de permitir obrar con toda libertad, entendiéndome con el señor García, y por el ministerio de gobierno que desempeñaba. Admitida esta condición, fui autorizado en forma para el expresado encargo, conforme a las instrucciones que deben existir en secretaría, y que VE puede mandar traer a la vista, si lo considera necesario.

Desde este mismo instante ya dí principio a la empresa poniendo en acción todos los medios y recursos que me sugirió la prudencia, como que consideraba del mayor interés para toda la República y que debía colmar la felicidad a esta provincia.

Dirigí inmediatamente varios enviados a los toldos de los pampas y tehuelches, valiéndome al efecto de los indios que tenía en las estancia ¨Los Cerrillos¨ a quienes he procurado complacer de tal modo que no se han movido con sus toldos de aquel punto durante la guerra.

Sin embargo de los esfuerzos que hice en todo sentido para que las tribus de ambas naciones se prestasen a entrar en tratados, nada pude conseguir, porque no hallaba cómo mitigar el fuerte resentimiento que conservaban sobre la administración precedente a la del gobierno del señor Las Heras ((Martín Rodríguez)). Ellos me citaban hechos que yo no podía desvanecer con razones; pues las únicas que habría tenido el gobierno para proceder como había procedido, tan lejos de ser propias para convencer a los caciques de las injusticias de que se quejaban, no podían servir sino para aumentar más y más su irritación.

En tan difícil posición, y siendo preciso el provocarlos a la paz, su furor acrecía al oír que era necesario fijar la línea divisoria, luego que escuchaban que la línea entre ellos y nosotros debía correr desde el Cabo de Corrientes al Tandil, quedando a nuestra parte esta guardia, y desde aquí hasta Tapalqué por el rumbo del noroeste, siguiendo después hasta el Potroso. Concurría a esto que los comisionados por el gobierno que anteriormente habían ido a Bahía  Blanca, habían ofrecido a los indios demoler la guardia del Tandil, y como yo me negaba totalmente a tal oferta, mis pretensiones parecían tanto menos asequibles, cuanto que esos mismos comisionados habían sido bien recibidos por mis recomendaciones en las que, sin tener conocimiento de las instrucciones que llevaban, aconsejaba a los indios confiaran francamente en lo que les propusieran.

Sin embargo de estos obstáculos al parecer insuperables, yo no desmayé en la empresa, y procuré siempre animar al gobierno para que insistiese en ella.

Entre los diferentes arbitrios que tocaba incesantemente para desarmar a los caciques de las prevenciones y quejas que tenían contra nosotros, y para inspirarles confianza igualmente que respeto hacia el gobierno, aquietando de grado en grado esa suspicacia que tanto les caracteriza y que llega a hacerse invencible cuando conciben que han sido engañados, me resolví a hablarles con energía y en un tono imponente, haciendo valer al mismo tiempo las íntimas relaciones que tenía entre ellos, y principalmente los diferentes servicios que me debían; así como el indio lenguaraz Manuel Baldebenito, avecindado en la ciudad y la china su mujer, ambos cristianos, de conducta ejemplar y de crédito entre los pampas, como otra india cristiana afincada igualmente en la ciudad, de virtudes muy recomendables, llamada Tadea, a quien consideraban los indios principal heredera de las tierras de Tandil y Volcán, y que se manifestaba muy reconocida a los favores que yo le había dispensado constantemente.

Por tales conductos invité a los principales caciques a que viniesen al Tandil adonde me presentaría sólo, sin fuerzas, para hablar sobre el asunto con detención; haciéndoles ver que de este modo, nos entenderíamos mejor que por enviados.

Como al conferirles yo este encargo, hubiese ya procurado instruirlos bien del asunto, y que tomasen el mayor interés en su ejecución, logré que en el día señalado, se presentase el cacique Chanil en el Tandil con otros de su clase y varios caciquillas, seguidos de una gran comitiva de indios. Luego que tuve aviso de este suceso, marché a hablar con ellos, y al entrar en materia, me manifestó Chanil que venía autorizado para representar los derechos de los caciques principales pampas y todos los tehuelches. En seguida llegaron los demás inviados por Lincon, que llevaba la voz de los pampas y ranqueles más inmediatos a ¨Los Cerrillos¨.

A pesar de que este paso de deferencia en ellos manifestaba que sus temores y desconfianzas iban calmando, advertí una tenaz oposición a las proposiciones que yo les hacía. Chanil se enajenaba de furor al recordar los hechos en que motivaba sus quejas, sin que nada bastase para aquietarlo; mas este último furor alentaba mis esperanzas porque me hacía concebir que procedía de buena fe. Así fue que dejándole desahogar, y usando de todos los arbitrios que me dictaba la prudencia, para captarme su voluntad y confianza, hicimos muchos y muy repetidos parlamentos a los demás caciques, en que me sirvieron muchísimo mis antiguas relaciones y el crédito que tenía entre ellos, hasta que llegué a persuadir que trabajaba, y trabajaría siempre conciliando el beneficio de ellos. El resultado, pues, de estas largas y penosas conferencias fue, convenir que se tiraría la línea indicada a presencia de los indios a cuyo efecto vendrían para el día que señalásemos, y que pasarían por todos los artículos de las instrucciones de mi comisión, siempre que se les garantiese de la buena fe del gobierno en su cumplimiento.

Inmediatamente bajé a la ciudad, y habiendo dado cuenta de todo al gobierno, nombró éste la comisión que debía fijar la línea, compuesta de los señores Lavalle, Senillosa y el que suscribe. Cuando llegó la comisión al Tandil, ya estaban esperándola los indios; y como me dijesen que los caciques pedían que respondiese de la buena fe del gobierno, contesté que hablaría con éste, y les respondería; que creía que no habría dificultad para ello, y que, por lo mismo, debíamos de una vez tirar la línea de visión a su presencia.

Hicieron alguna oposición, pero al fin cedieron; y la línea se tiró y se marcó a la perfección con grandes mojones de céspede.

Concluida esta operación, se retiraron los indios, y yo regresé; habiendo quedado ellos en avisarme cómo recibían los caciques la noticia de la línea tirada.

Aún no había llegado yo a ¨Los Cerrillos¨, cuando el gobierno fue avisado desde el Tandil de la vuelta del cacique Chanil, que me llamaba con urgencia.

El gobierno me previno la necesidad de que partiese a la mayor brevedad, y habiéndolo verificado con toda prontitud, me expresó Chanil, a nombre de los caciques que representaba, que se conformaban desde luego con todo, siempre que yo le asegurase que el gobierno jamás faltaría a lo tratado.

Le contesté que no debían tener cuidado alguno a este respecto, pero que yo no quería comprometer mi palabra sin hablar sobre el asunto bien claro al gobierno; que regresaría, le hablaría, y le mandaría la contestación.

Al dar esta respuesta tuve presente que era muy importante hacer comprender a los indios que no procedería en el particular por mí solo, ni con la mayor ligereza, sino con terminante autorización en virtud de la confianza que yo mismo tenía de la promesa del gobierno.

Regresé sin demora a la capital, en circunstancias de haber sido nacionalizada la Provincia, y hallarse de presidente el señor Bernardino Rivadavia, y habiéndome continuado éste en la comisión, me autorizó para prestarme a la garantía que pedían los indios, por medio de un oficio que a su nombre me pasó el señor ministro de gobierno don Julián S de Agüero. Mandé entonces el aviso a los caciques de estar todo allanado; bajaron ellos en seguida a ¨Los Cerrillos¨, y en la Guardia del Monte se hicieron varias fiestas por estar concluidas del todo las paces. Luego que regresaron a los toldos esos mismos caciques mandaron chasques avisando que los caciques pampas que no habían querido entrar en los tratados, unidos con los ranqueles y chilenos, estaban próximos a invadir la Provincia por el sur y el norte, y que lo avisaba para que nos preparásemos a escarmentarlos. Algunos días después llegó Molina, a quien yo había mandado llamar y me aseguró lo mismo. De todo instruí al gobierno inmediatamente y con repetición, pero no merecí ser escuchado ni que se contestaran varios oficios que pasé, ni se observó que se tomasen medidas para prepararse contra la invasión. Entraron los indios por el sur, dispersaron nuestras pocas fuerzas, hicieron una terrible mortandad de hombres por todo el campo que pisaron, y se llevaron cuantos cautivos y ganados se quisieron llevar. Me ofrecí al gobierno para salir a su alcance con gente armada y batirlos, pues tenía como hacerlo, y aún por enfermedad del señor ministro de gobierno, tuve dos entrevistas con el de la guerra, don Francisco de la Cruz, sobre el particular; pero mi oferta no fue considerada, y los indios regresaron con toda seguridad conduciendo su gran botín, y dejando asolados los puntos que por el sur habían invadido.

Al poco tiempo de este lamentable suceso en que fueron completamente asolados tres ricos establecimientos particulares que corrían a mi cargo, dispuso el gobierno una expedición al mando del coronel Rauch, que llevó de baqueano a Molina, y al acercarse a la Sierra se le reunieron 18 caciques amigos con más de 600 indios de pelea, con los que penetró la expedición hasta los toldos de los pampas que no habían querido entrar en tratados, y parte de los ranqueles, sorprendiéndolos y quitándoles algunas haciendas sin que jamás se hubiesen atrevido a presentarle batalla. Esta expedición fue útil y muy oportuna para desvanecer las desconfianzas que ya habían empezado a concebir los indios amigos, de que no se les daría la protección que se les había ofrecido, en el caso en que los indios enemigos, resentidos por su unión con nosotros, los atacasen.

Conforme regresó la expedición, empezaron a venir los indios amigos; pero no fue poco lo que tuve que sufrir, porque por una parte, según la conducta que el gobierno de la presidencia observó conmigo, parecía que hubiese caído de su confianza, y que de hecho me hubiese quitado la comisión; y por otra me veía en la necesidad de recibir a los indios y complacerlos. Concurrió a aumentar mis conflictos la muerte  en estas circunstancias de la muy recomendable india Tadea, también la del cacique Lincon, y la de otros indios amigos.

Procuré, con todo, a costa de mil sacrificios e incomodidades que me sería molesto recordar, no malograr el fruto de tantas mortificaciones, de tantos afanes y desvelos; y de llenar por mi parte los compromisos públicos y personales que había contraído con los indios en obsequio de la Provincia y del honor del gobierno.

Felizmente esta situación, a la verdad peligrosa y muy mortificante para mí, duró poco tiempo; pues habiendo recobrado la Provincia su antiguo ser político, y habiendo el gobierno provisorio autorizádome para continuar en la comisión, y dar todo lo necesario a los indios, pudo llevar adelante los progresos de la negociación pacífica. En estas circunstancias el capitán Molina, que había obtenido de la presidencia un indulto para todos los del ejército y marina que se separaron de los salvajes, que fue dejado con un piquete de voluntarios y blandengues para proteger a los indios amigos, que entretanto había prestado servicios muy atendibles en la defensa de Patagones, y que para todo se consideraba merecedor de grandes recompensas, llegó a Chascomús a últimos de julio del año anterior, con ochenta y más individuos, casi todos armados, número que sucesivamente se le iba aumentando bajo el título de voluntarios. Noticiado el gobierno provisorio del arribo de Molina tuvo por conveniente encargarme que, haciendo valer el respeto y consideración que éste me tenía, viese modo de sacarlo amistosamente de Chascomús y de despedir amistosamente su gente. Para esto me fue preciso hacerlo bajar a mi estancia San Martín, y gastar la cantidad de 4.881 pesos en varias partidas que de pronto se le dieron a él y a su gente, y de lo que repartió a su arribo, y al despacharlos fuera; de quinientos pesos, que también se le pagaron por las prendas que decían habían entregado para redimir varios cautivos que traía consigo, cuyas partidas de dinero son totalmente distintas de los gastos que hicieron en el Tandil, y fueron abonados al señor Estomba y a don Custodio José Moreira.

Casi al mismo tiempo acordé con el cacique Chacul que marchase a los ranqueles a persuadirles que no les convenía la guerra con nosotros, ni la amistad con los chilenos, y habiendo penetrado con este objeto por entre los ranqueles hasta la jurisdicción de Córdoba, regresó después de unos cuatro meses noticiándome que no había sido mal recibido por algunos caciques de éstos, que había conseguido que se separasen de los chilenos, pero que en cuanto a entrar en paces con nosotros, aunque no manifestaban mayor resistencia, tenían temores y recelos. Con esta noticia me decidí a mandarles un formal parlamento a nombre de Chacul y mío, asegurándoles la buena fe del gobierno y manifestándoles la necesidad de que se separasen del todo de los chilenos, y de que concertasen paces con nosotros para lo que podía venir algún cacique de respeto, o mandar indios de los parientes más cercanos a los caciques con quienes parlamentó Chacul.

Volvieron los chasques acompañados de tres caciques, y después de haber manifestado su disposición a la paz, han partido muy contentos y resueltos a trabajar lo posible para reducir a los caciques amigos suyos, asegurándome que si los chilenos y la parte de los ranqueles que no están por las paces, se corriesen a invadirnos nos harían chasque dando aviso para que pudiesen escarmentarlos, y se persuadiese el gobierno de la buena fe de ellos, no confundiendo a los amigos con los enemigos.

Entretanto que he dado estos pasos con los ranqueles, todo el mundo ha sido testigo de hallarse ya establecidas las guardias con una nueva línea de frontera, mucho más avanzada de lo que permitían los tratados con los pampas y tehuelches, y que esto se ha hecho sin oposición alguna por su parte, y antes con su cooperación en lo que se les ha pedido.

VE ha tenido de gloria de ver planificada, antes de cumplir un año en su gobierno, la grande obra de esta provincia que tanto ocupó la atención de nuestros mayores, que aún no hace dos años se miraba como imposible, excediendo por ello a las más lisonjeras esperanzas que se habían concebido. La nueva línea se ha visto planificada sin causar molestia notable a los habitantes de la campaña en el mismo la magnitud de la empresa, cuanto que ella se ha verificado después de allanado el obstáculo de los indios que se tuvo siempre por insuperable. Patriotas de la primera clase, con la mejor intención me acusaban de temerario, porque como comisionado para realizarlos, la difiriera; y con la más sincera buena fe deseaban que VE me retrayese de este empeño. Pero era seguramente porque no conocían los recursos del país, ni podían calcular las facilidades que para ellos prestaba la solidez de nuestras relaciones pacíficas con los indios; como mi sufrimiento, llevado hasta el extremo de estar más de tres mil de todas edades viviendo en los campos de mi administración particular, de los que algunos ya están trabajando en la ciudad y campaña, fuera de la multitud que permanece en sus campos al exterior de la sierra, y que de éstos se ha servido el señor Estomba para hacer con ellos mismos una entrada a los toldos enemigos.

En este estado, pues, y en estas circunstancias, he creído oportuno presentar a VE, como lo hago, la cuenta de gastos hechos en la continuación del negocio pacífico; seguro de que ella servirá de nuevo placer a VE pues la pequeñez de su monto parecerá increíble, comparándosele con el presupuesto formado el 28 de abril de 1826 para solo el resto de aquel año, y con el tamaño de las dificultades que debían vencerse en esta interesantísima empresa; pero tengo la satisfacción de haber avanzado en el asunto de mi comisión hasta el grado inesperado que manifiestan los sucesos; no obstante la falta de cumplimiento a los indios en muchos puntos de los más principales estipulados, según las instrucciones que se me dieron; porque en tiempo de la presidencia permanente no tuvieron lugar mis instancias a este respecto, y porque posteriormente no lo han permitido lo excesivamente claros que han estado y están en el día los artículos que ellos consumen, respecto del precio que tenían cuando se celebraron los tratados; ni las graves y urgentes atenciones que ha reclamado la guerra contra el Emperador del Brasil. Tengo, repito, esta satisfacción y la de haber vencido todas esas dificultades con ahorro muy considerable del erario público, mediante los recursos que me proporciona el estar encargado de una gran porción de estancias, en donde se hallan sirviendo casi todos los indios que se han venido a nuestros campos.

Dije antes que mi sufrimiento no era calculable: en efecto, un momento de contracción servirá para pesar cuánto deberá ser este, si se considera que me hallo en la ciudad no puedo dejar de tener por qué ocuparme de los indios; y si en la campaña, por donde quiera que marche a los establecimientos particulares de mi cargo y en cualquiera de estos que resida, tengo que estar entre indios, cuyos modales, tratos y pesadez son bien sabidos. Así es que los muchos que bajan hasta la ciudad, como los millares de los mismos que habitan las haciendas de mi administración, no me presentan sino motivos de perder tiempo, de embeber gente para que los reparen y atiendan, en lo que es indispensable hacerlo, y en prejuicios que no es posible calcular, siendo viéndolos y tocándolos. Yo estoy seguro que en el estado en que aún es preciso sostener las relaciones pacíficas, no habría hacendado que querría sufrir en un solo punto lo que yo sufro en todos los de mi cargo. Pero ello es conducente a los progresos de mi comisión; y estoy resuelto a servir sobre todo a la prosperidad de la Provincia, y a corresponder al gobierno dignamente empeñado en la pacificación.

Al presentar a VE la cuenta de gastos, es la ocasión de manifestar que el estado de mi fortuna no me permite carecer por más tiempo de su monto, sin cargar, como no cargo, interés alguno desde el día de los respectivos desembolsos; y porque siendo absolutamente indispensable continuar las negociaciones de paz con los ranqueles, para evitar que, unidos con los chilenos, nos causen gravísimos males; y para poder contar con su cooperación en caso que se entere atacar a éstos, se hace preciso que el gobierno designe una cantidad mensual para los gastos del negocio pacífico, teniendo presente el que hoy se halla extendido formalmente hasta con las tribus ranqueles y que por consiguiente los gastos han de ser mayores, pues yo no puedo en adelante suplir el dinero de mi peculio, en razón de que además del desinterés con que lo he servido hasta el día, de las grandes erogaciones particulares que me ocasiona, y de los compromisos de gratitud particular que contraiga por él, para con muchas personas me obliga a desatender mis establecimientos y negocios con grave detrimento de mi fortuna.

VE se servirá tener presente que si en la cuenta las partidas no están comprobadas con documentos, es porque sobre este particular se me autorizó siempre para obrar con libertad sin prescribirme pauta alguna; y que así debía ser, pues de lo contrario era imposible que pudiera expedirme, atendida la naturaleza y circunstancias del negocio, bajo cuyo concepto el gobierno general de la presidente permanente me hizo pagar las cuentas que presenté entonces en igual forma. Que el mejor comprobante de toda la cuenta es la plenitud con que se ha logrado el objeto, y que su total importe no llega ni con mucho más al del presupuesto. Que no disfrutando sueldo alguno del Estado, y que hallándose entregando Rozas y Terrero quinientos pesos mensuales de donación al tesoro de la Provincia por el término de un año, no exijo premio por el dinero que he desembolsado, pero ni aún formo el menor cargo por mi trabajo personal en esta de planificar y establecer las guardias de la nueva frontera, ni por la de la Comandancia general de milicias de la campaña; siendo así, que con motivo de la plantificación de las guardias, tuve que permanecer en la ciudad más de nueve meses consecutivos contraído a un trabajo asiduo que desde lo más formal se extendía hasta lo más minucioso, y que privándome hasta de los más preciosos momentos de descanso, me obligaba a tener totalmente desatendidos mis establecimientos de campo; y finalmente, que tampoco exijo el reintegro de los cuantiosos desembolsos que he hecho para el puntual desempeño de las tres comisiones, pues entre otros infinitos gastos me he visto precisado a mantener una oficina con escribientes y sujetos inteligentes de toda mi confianza, a quienes le he pasado sueldos y gratificaciones, cuales lo exigían su aptitud, honradez y trabajo. Pero todos estos cargos cuya importancia nadie parece graduar mejor que VE quiero cederlos a beneficio de la Provincia, porque siempre he creído que una gran parte de la herencia que debo dejar a mis hijos es el ejemplo del celo, actividad y desinterés con que deben servir a su patria. Espero pues que VE en vista de todo lo expuesto, se digne ordenar se me pague la cantidad de treinta y seis mil doscientos noventa pesos un real y un cuartillo, a que asciende la adjunta cuenta que presento en debida forma.

Habiendo hecho a VE esta compendiosa exposición del origen, progreso y estado actual de los asuntos de mi comisión, cuyo objeto ha sido presentar bajo un golpe de vista lo más importante de ella, por lo que pueda interesar al acierto en las ulteriores disposiciones que se tomen, sólo me resta hacer presentar a VE que será muy conveniente y aún necesario excusar su publicación por razones de conveniencia que deben estar al alcance y penetración del gobierno.

El que suscribe tiene con este motivo el honor de saludar a VE con toda su consideración y respeto.

Juan Manuel de Rosas

Los Cerrillos, Partido de Monte, julio 22 de 1828

Nota: Se ha respetado la ortografía original del documento. Si bien el destinatario de la memoria fue el gobernador provisorio de la Provincia, Manuel Dorrego, Rosas dirigió copia de la misma a Gregorio de Las Heras. En la nota de remisión reconoce al ex gobernador su celo por defender la paz, dando así cabida al negocio pacífico de los indios.

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