Memoria del enemigo 2da parte

Al intercambio de amenazas y al célebre ¨tres de ellos caerán por cada uno de los nuestros¨ de Pueyrredón en 1817, se sumaron en 1825 manifestaciones callejeras totalizadoras de opinión. Esta situación y los triunfos de Lavalleja, llevaron rápidamente a la guerra con el Imperio del Brasil.

 

Juan Antonio Lavalleja, ex lugarteniente de Artigas. Defensor de los orientales.

(…) El modo como el ministro García conducía esta cuestión ((relaciones diplomáticas con Río de Janeiro -1825-)) apenas si hallaba ecos de aprobación entre la minoría que la miraba del lado de los intereses argentinos. La agitación que provocó la conducta prudente del gobierno degeneró en escándalo cuando se supo que, los orientales, auxiliados de fuerzas entrerrianas, habían vencido a los imperiales en el Rincón de las Gallinas. Las manifestaciones tumultuarias sacaron de quicio a las clases acomodadas y al bajo pueblo, como si todos hubiesen querido reaccionar contra la cultura de que debe blasonar el país que aspira a ser libre. Apenas se instaló en Buenos Aires el agente especial con que el Imperio sustituyó al vicealmirante Ferreyra Lobo a efecto de proseguir sus reclamaciones, una poblada heterogénea se lanzó a las calles, asaltó la casa del agente Falcao da Frota, pisoteó el escudo imperial que estaba sobre la puerta de calle, y en medio de ¡mueras! y vociferaciones de toda especie fue a la misma plaza de la Victoria donde, según un diario de la época, no faltaron personajes que pasaban por circunspectos, que alentaran al populacho con proclamas incendiarias, a un paso de la residencia del gobierno que con la sobrada razón debía lamentar estos extravíos. Para que la situación se agravara más, o mejor dicho, para despejarla completa- mente en beneficio de los orientales, Lavalleja y sus amigos, que sentían la necesidad del auxilio de la República Argentina, dieron al fin el paso supremo que habían acordado de antemano con los partidarios de la guerra en el seno del comité oriental revolucionario establecido en Buenos Aires. El gobierno provisorio de La Florida declaró por ley del 25 de agosto de 1825 que: el voto general decidido y constante de la Provincia Oriental era por la unidad con las demás provincias argentinas a que siempre perteneció por los vínculos más sagrados que el mundo conoce.

Esta declaración cayó como un rayo en el seno del gabinete de Buenos Aires, y fue objeto de las más intrincadas controversias entre los hombres públicos, que pretendían encaminar la situación en razón de las diversas opiniones que habían venido comprometiendo en la cuestión de la Banda Oriental del Brasil. El mismo ministro García, opositor al círculo guerrero que tenía sus ecos en el Congreso, había estado de acuerdo anteriormente con el director Pueyrredón en que si la Provincia Oriental declaraba solemnemente su voluntad de formar parte de las Provincias Unidas, y si enviaba sus diputados al Congreso, el gobierno argentino no tendría más remedio que arrastrar todas las consecuencias de la guerra que siguiera con Brasil. La lógica de las exigencias complementarias satisfechas, cuando los orientales habían obtenido sobre los brasileros ventajas superiores a las de 1818, llevaba, pues, a los más moderados a compartir de las ideas que sostenía en esos momentos una fracción importante del Congreso, a la cual hacía coro el partido guerrero de las calles. De cierto era que, tanto el gabinete de Buenos Aires como los que sostenían su política, veían en esa declaración del Congreso oriental un sentimiento de fraternidad tan sincero como el que llevó a la Asamblea Oriental de 1821 a hacer análoga declaración a favor del Brasil, y al Cabildo de Montevideo a hacerla del mismo modo a favor de Portugal en 1822. Pero ante la mayoría del Congreso que parecía dispuesta a aceptar esa declaración, y consiguiente a sostenerla, el gabinete y todos se sometieron a la necesidad de cumplir con los deberes que imponía la dignidad nacional; y esperaron a que se produjesen esas grandes explosiones del patriotismo argentino cuyos vívidos resplandores iluminaron hasta los montes del Ecuador, en días en que había que conquistar la tierra que en 1825 estaba cercenada por la mano del Imperio.

En estas circunstancias en que los guerreros de Suipacha, el Cerrito, Tucumán, Salta, Montevideo, Maipú y Chacabuco descolgaban las espadas con que dieron independencia al continente americano, se tuvo noticia de Buenos Aires de un nuevo e importantísimo triunfo de los orientales sobre los brasileros. El general Lavalleja al frente de dos mil hombres se chocó con las caballerías del coronel Bentos Manuel (12 de octubre de 1825) en las alturas del Sarandí, a 30 leguas de Montevideo, y después de un reñido combate lo dispersó completamente matándole como cuatrocientos hombres y tomándole más de quinientos prisioneros.

El Congreso de las Provincias Unidas declaró, pues, por ley de 24 de octubre de 1825 que: de conformidad con el voto uniforme de la Provincia del Estado, y con el que deliberadamente ha reproducido la Provincia Oriental por el órgano legítimo de sus representantes en la ley del 25 de agosto último, el Congreso General Constituyente a nombre de los pueblos que representa, la reconoce de hecho incorporada a la República de las Provincias Unidas a que por derecho ha pertenecido y quiere pertenecer.

En la misma sesión del Congreso aprobó los diplomas de don Javier Gomensoro, diputado electo por la Provincia Oriental.

Y en consecuencia, el ministro García dirigió al de representaciones exteriores de Brasil una comunicación en que se transcribía la declaración de los representantes de la Provincia Oriental, así como la ley del Congreso argentino; y en la que protestándole que en la nueva situación que por ella se creaba, su gobierno conservaría el mismo espíritu de moderación y de justicia que había servido siempre de base a su política, en todas las tentativas que había repetido en vano para negociar pacíficamente la restitución de la Provincia Oriental, le declaraba por fin con arrogancia:

El gobierno general está comprometido a proveer a la defensa y seguridad de la Provincia Oriental. Él llenará su compromiso por cuantos medios estén a su alcance, y por los mismos acelerará la evacuación de los dos únicos puntos militares que guarnecen aún las tropas de SMI. No atacará sino para defenderse, reduciendo sus pretensiones a conservar la integridad del territorio de las Provincias Unidas y a garantir solemnemente para el futuro la inviolabilidad  de sus límites contra la fuerza o la seducción.

La respuesta del Brasil no se hizo esperar. El Emperador por bando del 10 de diciembre declaró la guerra a las Provincias Unidas del Río de la Plata, ordenando que por mar y por tierra se les haga toda clase de hostilidades posibles, autorizando el corso y el armamento que quieran emprender sus súbditos contra aquella nación, etcétera, etcétera (…)

De Saldías, Adolfo: Historia de la Confederación Argentina. Tomo I: Rozas y sus Campañas. Buenos Aires, Orientación Cultural Editores SA, 1958. Págs 217/220.

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