Stevenson: condena al colonialismo

En las islas Marquesas

Paul Gauguin: Maternidad

De la primera parte, Capítulo 5: Despoblación: (…) Leed el fragmento de Cook sobre Hawai; estoy seguro de que es exacto. Leed la cándida, casi inocente narración de Krusensterp sobre la presencia de un acorazado ruso en las islas Marquesas; considerad la vergonzosa historia de las misiones en Hawai, donde (durante la guerra contra la lascivia), los misioneros norteamericanos fueron un día bombardeados por un aventurero inglés, y otro, atacados y maltratados por la tripulación de un navío de guerra estadounidense; añadid a ello la costumbre adquirida por los balleneros de detenerse en las Marquesas con el fin de embarcar un cargamento de mujeres para el crucero; considerad, además, bajo qué aspecto de semidioses se les aparecieron en principio los blancos, como se desprende del recibimiento tributado a Cook en Hawai; pensad asimismo en la historia del descubrimiento de Tutulia, cuando las recatadas samoanos se prostituyeron en público a los franceses; recordad cuál era la costumbre de los aventureros, y casi podemos decir el deber de los misioneros de reírse y de burlar hasta los más saludables tapus (1). Veamos así cómo todos los instrumentos de disolución se dirigen a un mismo tiempo contra una vertud que nunca ha sido muy sólida y popular y cómo, hasta en las islas más degradadas, el resultado ha sido causar una degradación más profunda todavía. El señor Lawes, el misionero de las islas Savage, me explicó que la castidad femenina había decaído desde la llegada de los blancos. En los tiempos bárbaros, si una muchacha daba a luz un bastardo, su padre o hermano arrojaba la criatura por un acantilado; hoy apenas provocaría escándalo. Consideremos el caso de las Marquesas. Stanislao Moanatini me contó que recordaba que los jóvenes eran muy recatados; apenas se les permitía mirarse cuando se cruzaban en la calle, por lo que (según sus propias palabras) pasaban como perros; hace poco todos los alumnos de las escuelas de Nuku-hiva y Ua-pu se escaparon al bosque, donde vivieron durante quince días en promiscua libertad. Los aficionados a las narraciones de viaje recusarán quizá mi autoridad y se declararán mejor informados; prefieron las afirmaciones de un nativo inteligente como Stanislao (aún cuando no las apoyara nadie, lo que está lejos de suceder). Un navío de guerra recala en un puerto, echa anclas, desembarca un cargamento, recibe y devuelve una visita, ¡y el capitán se apresura a escribir un capítulo sobre las costumbres de la isla! Nadie se preocupa de saber cuál es la clase social que se ha frecuentado. Sin embargo, no nos gustaría que se juzgara a Inglaterra por las damas que se pasean por Radcliffe Highway y los caballeros que con ellas comparten los salarios (…)

De la primera parte, Capítulo 6: Jefes y Tapus: (…) Nuestro jefe en Anaho siempre era designado, y se designaba a sí mismo, bajo el nombre de Taipi-Kikino, pero no era éste su verdadero nombre, sino solamente el cetro unido a su falta posición. Cuando lo eligieron jefe, su nombre primitivo, que significaba, si tengo buena memoria, príncipe nacido entre flores, cayó en desuso, y lo bautizaron con el expresivo Taipi-Kikino (hombre de alta marea, sin importancia, o bien, britanizándolo, mendigo a caballo), un ingenioso y mordaz juego de palabras. En la Polinesia, un apodo llega a destruir hasta el recuerdo del nombre original. Si fuésemos polinesios, a estas horas ya no se hablaría de Gladstone. Hablaríamos de nuestro Néstor y nos dirigiríamos a él con el apelativo de Gran Anciano, y así firmaría él mismo su correspondencia. No es la popularidad, sino la significación del sobrenombre, lo que hay que considerar aquí. La nueva autoridad se inició con poco prestigio. Hace ya algún tiempo que Taipi ejerce sus funciones y, por cuanto ya he visto, parece haberse adaptado perfectamente a ellas. No es en absoluto impopular, y sin embargo su poder es nulo. Los franceses lo tratan como cacique, lo invitan a comer en la casa del residente, pero para cuanto se refiere a los fines prácticos de su situación de jefe, una muñeca de trapo tendría el mismo valor (…).

(1)   Léase: tabúes.

Stevenson, Robert Louis: En los  mares del sur –Relato de experiencias y observaciones efectuadas en las islas Marquesas, Pomotú y Gilbert durante dos cruceros realizados en las goletas Casco (1888) y Equator (1889). Barcelona, Ediciones B SA –Los libros de Siete Leguas-, 1999.

Robert Louis Stevenson: (Edimburgo, 1850-Vailima Upolu, Samoa Occidental, 1894) Escritor escocés. En la tumba de Stevenson, en una lejana isla de los mares del Sur a la que se retiró por motivos de salud, figura grabado el apodo que le dieron los samoanos: Tusitala, que en español significaría «el contador de historias». En efecto, la literatura de Stevenson es uno de los más claros ejemplos de la novela-narración, el «romance» por excelencia.

Hijo de un ingeniero, se licenció en derecho en la Universidad de Edimburgo, aunque nunca ejerció la abogacía. En busca de un clima favorable para sus delicados pulmones, viajó continuamente, y sus primeros libros son descripciones de algunos de estos viajes (Viaje en burro por las Cevennes).

En un desplazamiento a California conoció a Fanny Osbourne, una dama estadounidense divorciada diez años mayor que él, con quien contrajo matrimonio en 1879. Por entonces se dio a conocer como novelista con La isla del tesoro (1883). Posteriormente pasó una temporada en Suiza y en la Riviera francesa, antes de regresar al Reino Unido en 1884.

La estancia en su patria, que se prolongó hasta 1887, coincidió con la publicación de dos de sus novelas de aventuras más populares, La flecha negra y Raptado, así como su relato El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde (1886), una obra maestra del terror fantástico.

En 1888 inició con su esposa un crucero de placer por el sur del Pacífico que los condujo hasta las islas Samoa. Y allí viviría hasta su muerte, venerado por los nativos. Entre sus últimas obras están El señor de Ballantrae, El náufrago, Cariona y la novela póstuma e inacabada El dique de Hermiston.

Su popularidad como escritor se basó fundamentalmente en los emocionantes argumentos de sus novelas fantásticas y de aventuras, en las que siempre aparecen contrapuestos el bien y el mal, a modo de alegoría moral que se sirve del misterio y la aventura. Cantor del coraje y la alegría, dejó una vasta obra llena de encanto, con títulos inolvidables. Fuente: www.biografiasyvidas.com.

La Isla del Tesoro es uno de mis libros favoritos, leerlo en verano y en la playa, como lo hice yo, estimula la imaginación y nos transporta verdaderamente a los mares del Sur.

Fuente: http://eltemplodelsabio.blogspot.com/

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