Hans Staden, explorador de América

 

 

Artículo tomado de Revista Geográfica Americana, N°  125, Febrero 1944. Buenos Aires, Argentina.

 

De ¨Atlantis¨ reproducimos este interesante trabajo que puede considerarse como una biografía y una síntesis de los libros que hicieron famoso al sufrido prisionero de los indios tupinambá.

 

Por Gustav Dittmar

 

Tengo ante mí un pequeño libro, hermosamente impreso En Francfort-del-Meno por Weygandt Hns, de la calle Schnugassen zum Krug y al que exornan xilografías primorosas: es un tesoro de la Biblioteca Nacional de Darmstat. Reza así su título en la portada:

 

Historia verdadera

y Descripción de un País

de Caníbales Salvajes – Desnudos – y Feroces –

ubicado en el Nuevo Mundo América –

desconocido antes y después de

Cristo en la Comarca de Hesse – hasta los

dos años últimos – cuando Hans Staden

de Homberg en Hesse lo conoció por experiencia

propia – y cuyas características revela ahora por medio de la imprenta.

Dedicada a Su Merced – el Ilustrísimo

Y Noble Señor –

H Philipsen Landgrave

de Hesse – Conde de Calzenelnbogen

–         Dietz – Ziegenhain y Nidda.

 

¿Quién es este hesiense Hans Staden? No sabemos de él más de los que es dable deducir de su pequeño libro: que había nacido en Homberg (cerca de Kassel), que había ido al Nuevo Mundo siendo joven aún, en el año 1547, sobrellevando tremendas aventuras y regresando felizmente a su tierra natal, donde compuso descripciones de viaje sumamente animadas, falleciendo, en fin, ¨como vecino de Wolfhagen¨.

 

Yo, Hans Staden, comienza a relatar, me había propuesto, Dios mediante, conocer a los indios. Con este fin, se trasladó a través de Bremen y Kampen de Holanda, a Lisboa, donde sentó plaza de tirador en un buque portugués. Dos camaradas alemanes lo acompañan: Hans von Bruchhausen y Heinrich Brant, de Bremen. La nave se dirigió primero a la isla Madera (Funchal), pero a poco giró hacia el Este, rumbo al país de los moros blancos (bereberes), donde con arreglo a los rudos hábitos de aquellos tiempos, apresó sin más ni más a un barco español. El botín estaba formado por azúcar, almendras, goma arábica, algarrobas. Tras de esta hazaña, el buque portugués dejó Berbería para enfilar hacia Prasilia (1), impelido por un viento de borrasca.

 

Peces voladores juguetean a los flancos de la nave, que cruza la línea meridiana; hace calor, en la cima de los mástiles aparece una luz azulada: el fuego de San Telmo. Finalmente, el 27 de enero de 1548 arriban los viajeros a Prannenbucke (Pernambuco) y pisan el suelo del Nuevo Mundo. Pero los indígenas se hallan en estado de rebelión, asedian el villorrio que Staden designa con el nombre de Garasu y la tripulación debe acudir rápidamente en auxilio de los sitiados. Son noventa contra ocho mil. Los salvajes no son, en modo alguno, adversarios desdeñables. Conocen incluso las flechas incendiarias, y a fin de condimentar debidamente el humo, echan pimienta al fuego y hasta ensayan una suerte de ataque con gases. Por último, sin embargo, se ven obligados a retroceder sin haber logrado su propósito. El buque se dirige luego a otro puerto brasileño, con el objeto de cargar madera de Brasil (madera tintórea), pero se traba en lucha con otro francés: algunos de los nuestros fueron muertos, algunos heridos. A continuación, la nave retorna a Portugal: Estuvimos 108 días en el mar y sufrimos mucha hambre, algunos de nosotros comían algarroba. Nos daban diariamente a cada uno un sorbo de agua y un poco de harina de raíces brasileñas. Y nada más.

 

De vuelta a Europa, Hans Staden vivió algún tiempo en Lisboa. Mas bien pronto volvió a dominarlo el ansia de viajes y aventuras. Esta vez partió de Sevilla con una escuadra española. El rumbo era hacia la región del Río de la Plata, el país dorado de Pirau (2) y Prasilia.

 

Luego de dejar atrás Las Palmas y el Cabo Verde, en el país de los moros negros, tocaron la costa de Guinea, donde los tres buques de la escuadra fueron dispersados en una noche de temporal. El que traía a bordo a Staden alcanzó tras de una larga travesía la costa sudamericana, a la altura de los 28 grados de latitud, donde estuvo a dos dedos de estrellarse contra las rocas; ya se había botado una balsa de salvamento cargada con armas y municiones, en la esperanza de que el oleaje la arrojase sobre la playa, de modo que los náufragos no se encontraran indefensos de serle posible alcanzar la tierra firme. Pero a poco dieron, casi por casualidad, con el buscado puerto de Santa Catalina, en la desembocadura del río San Francisco (sin duda en la proximidad del río que también hoy lleva ese nombre, en el Estado brasileño de Santa Catharina). Singular asombro causó a los tripulantes, que remontaron un trecho del río en un bote, el hallar en medio de la región salvaje de los indios, una gran cruz de madera y a un cristiano, un español que desde años atrás vivía con los indígenas. Allí encontraron también a la más grande de las naves de la escuadra, conducida por el piloto principal. Pero el tercer barco se había perdido; no supimos nada más de él. Ya estaban preparados para seguir adelante en su ruta, cuando sobrevino un nuevo percance de gravedad: uno de los buques zozobró en el puerto. No quedaba más remedio que permanecer en aquel desolado paraje. Pasamos dos años en aquel salvaje lugar, siempre en peligro; sufrimos mucha hambre, tuvimos que comer lagartos y ratas del campo y otros animales raros que podíamos conseguir, como bichos del mar que colgaban de las piedras y otros parecidos. Por último, en trance de perecer de hambre, resolvieron dirigirse en busca de Asunción (3), divididos en dos bandos: uno de ellos a pie, por tierra firme, y otro con el barco. Sólo una parte de los que emprendieron la marcha a pie llegaron a su destino, nos cuenta Hans Staden; los más de ellos sucumbieron de hambre a lo largo del camino. Él mismo, formó parte del bando que siguió con el barco. El capitán procuró alcanzar un puerto portugués que Staden llama San Vicente (probablemente el mismo que se halla en la proximidad de Santos); pero un violento temporal arrojó la embarcación contra las rocas, alcanzando los náufragos a nado la tierra firme. Por suerte, habían encontrado una colonia cristiana y pudieron llegar a San Vicente a pie.

 

Aquí da comienzo al capítulo más emocionante de la vida aventurera de Hans Staden. En una isla vecina a Sao Vicente, en medio de una región deshabitada, los blancos habían construido un fortín destinado a la defensa contra los indios, que con frecuencia atacaban a la colonia. Ningún soldado portugués se atravía a internarse en la selva. Pero el intrépido hesiense no se amedrentó; declaróse dispuesto a pasar cuatro meses allí. Y lo llevó a cabo, en efecto, junto con dos compañeros. Transcurrido el plazo, hizo otra capitulación, esta vez por dos años. Un día recibió la visita de un compatriota de Hesse, Heliodoro Hessi, hijo del erudito humanista de Marburgo, Eobani Hessi. Era (en Sao Vicente) el comerciante escritor y orientador. Por lo demás, Hans Staden lo pasaba en compañía exclusiva de sus dos camaradas y las bestias de la selva, bajo la continua amenaza de los salvajes, desnudos y feroces caníbales, los tuppin Inbas, amigos de los franceses y enemigos mortales de los portugueses. En una cacería lo sorprendió su destino: Mientras atravesaba el bosque, se levantó de pronto a ambos lados del camino una tremenda gritería según la costumbre de los salvajes, que corrieron hacia mí y me rodearon estrechamente, apuntándome sus flechas. Entonces exclamé: ¡Ven en socorro de mi alma, Señor! En cuanto pronuncié estas palabras, dieron conmigo en tierra y lanzaron sobre mí sus flechas, hiriéronme y arrancaron de mi cuerpo los vestidos; pero dos de ellos acabaron por levantarme del suelo y me llevaron aprisa a través del bosque en dirección al mar, donde tenían sus canoas y los esperaba otra caterva numerosa de su calaña. Cuando éstos vieron que me traían, se precipitaron todos a mi encuentro, adornándose con plumas según su costumbre, mordiéndose los brazos y amenazándome como si quisieran comerme. Y se me acercó un rey esgrimiendo el leño con el que matan a los prisioneros. Yo empecé a suplicar y a protegerme contra los golpes, pero el rey comenzó diciendo que querían llevarme vivo adonde habitaban, a fin de reunirse en una fiesta y comerme todos juntos.

 

Los salvajes lo arrojaron maniatado en una canoa y lo condujeron a su aldea. Uwattibi, así la llama Hans Staden, se encuentra  a ocho millas de la bahía que los portugueses llaman Río de Janeiro (4) y en la lengua de los salvajes Iteronne. Cuando llegué a ese lugar yo no veía nada, pues tenía lastimada la cara, ni tampoco podía caminar, teniendo que yacer en la arena, debido a las heridas que tenía en las piernas. Me rodearon y me amenazaron como si quisieran comerme. Pese a la grande angustia y aflicción que me embargaba, pensé que nunca antes había meditado en el triste valle de amrgura en que vivimos, y rompí a cantar con los ojos llenos de lágrimas, desde lo más hondo de mi corazón: De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo.

 

Un martirio sin par espera al desdichado Hans. Es menester seguir en el texto la triste descripción: la danza de las mujeres indias adornadas con cascabeles y colas de pájaros en torno a él, en honor de sus ídolos; los chascos que le daban de manera en que le cortaron las pestañas y quisiéronme cortar también la barba, pero esto no lo hubiera sorportado.

 

Un día brilló un rayo de esperanza. Hacía varias semanas que Hans Staden languidecía en el cautiverio de los indígenas cuando apareció en la aldea un vendedor francés. Desesperadamente se esforzó el cautivo para dar a entender al forastero –dado que no dominaba el francés- que él, Hans Staden, no era portugués. Pero los dos blancos no llegaron a comprenderse. En cuanto vió que yo no sabía contestarle, les dijo a los salvajes en su lengua: Mátenlo y cómanlo a este bribón; es un verdadero portugués, enemigo de ustedes y mío. Entonces me acudió a la memoria la sentencia de Jeremías, cap 17, que dice: Maldito el varón que fía en los hombres, y comencé a cantar a voz en cuello: ¡Ven tú en mi auxilio, Santo Espíritu! A lo que dijo el de Francia: Es un verdadero portugués; ahora grita porque siente horror a la muerte.

 

Inspira gran compasión, sin duda alguna, el pobre Hans. Para colmo de desdichas, lo acomete un espantoso dolor de muelas. Esto no es del agrado de su amo, Iperru Wasu, toda vez que si no come, enflaquece y merma el manjar. Así es que me preguntó mi amo que por qué yo comía tan poco, a lo que le respondí que me dolía una muela. Entonces vino con un objeto de madera y quiso sacármela. Pero yo me resistí con tanta fuerza, que renunció a su propósito, pero advirtiéndome que si yo no comía y volvía a engordar, me matarían antes del tiempo fijado.

 

Un día lo llevaron a una aldea cercana para mostrarlo al cacique del lugar. El poderoso jefe departió largo rato con él, aprovechando la oportunidad para vanagloriarse a sus anchas. Pero el hijo del cacique se empeñó en gastarle bromas pesadas. Le ató las dos piernas con tres vueltas de soga; luego tuve que saltar a pie juntos por entre las chozas. Esto hizo reír a los salvajes, que dijeron: ahí viene nuestra comida a saltitos.

 

Una noche, los Tuppin Ikins, amigos de los portugueses, atacaron la aldea. A instancias de Hans Staden, se le dio un arco y flechas, y él se mostró sumamente belicoso, siempre con el ánimo de escurrirse al campo contrario en la confusión de la batalla. Pero el ataque fracasó. Y otra esperanza de Hans se había desvanecido. Poco tiempo después apareció un barco portugués. Se preguntó por él, pero los salvajes respondieron que no preguntasen por mí, y el barco se fue, pensando tal vez los tripulantes que yo estaba muerto. Sólo Dios sabe lo que pasó en mi alma cuando lo vi alejarse.

 

Dióse el caso luego que el cacique y sus guerreros regresaron enfermos de una expedición bélica. Cada vez se tornaba más grande el número de víctimas que ocasionaba la epidemia. Los angustiados salvajes se dirigieron entonces al extranjero blanco instándole a que rogase a su dios para que alejara la desgracia y salvara al jefe. Hans prometió hacerlo y, en efecto, después de haber muerto muchos indígenas, el cacique sobrevivía. Y he aquí a Hans Staden, de Homberg, de la comarca de Hesse, convertido en gran hechicero. Y como después del terror que había experimentado, mi amo se restableciera, no me negaron a partir de entonces ningún alimento, aunque me vigilasen siempre, no permitiéndome andar solo.

 

El vendedor francés volvió a visitar la aldea, y esta vez comprendió mejor al cautivo. Su proceder anticristiano comenzó a remorderle la conciencia. Cediendo a mis ruegos, dijo él a los salvajes que no me había reconocido  la primera vez, pero que yo venía de Alemania y pertenecía a los amigos de su tribu. Pero los indios no dejaron partir al pobre Hans.

 

Es conmovedora su descripción de la manera en que cierta vez trató de consolar a un prisionero condenado a muerte. Le dije además que no se afligiera, pues sólo comerían su carne, pero que su espíritu iría a otro lugar donde hay muchos espíritus buenos. Me preguntó si era cierto aquello. Le respondí que sí. Pero yo no he visto nunca a Dios, me dijo. Le respondí que lo vería en la otra vida. Durante la noche se desató una fortísima tormenta, y de nuevo se hizo sospechoso Hans Staden a los indios, en razón de que lo habían visto ese día mirar en la piel de los truenos. Había estado leyendo un libro portugués que por azar había caído en sus manos. ¿Estaría quizás impreso sobre pergamino? Pero al romper el día el tiempo se compuso. Entonces me acerqué al prisionero y le dije: El fuerte viento era Dios que mostró serte propicio. Al día siguiente fue comido.

 

Una vez más le palpitó con fuerza el corazón a Hans al presentarse otro barco portugués enviado en su búsqueda. Los portugueses comerciaban con los indígenas. Por muy malquistos que estuvieran con los Tuppin Inbas, ello no era óbice para que ejercieran el comercio con ellos al abrigo de ciertas medidas de precaución. Pero a despecho de las vehementes súplicas de Hans de que lo entregaran en calidad de francés, y no obstante ofrecerles los portugueses en abundancia objetos tan codiciados por los salvajes, como cuchillos y anzuelos, éstos no dejaron en libertad al prisionero.

 

En otro oportunidad, Hans llegó a tocar con la mano su liberación. De un barco francés fondeado en Río de Janeiro, llegaron en un bote unos hombres blancos con objeto de vender a los indios pimienta, macacos y papagayos. Cuando, luego de haber concluido su trueque, los blancos volvieron a embarcarse, Hans Staden intentó la fuga. Perseguido por la mitad de la aldea, se lanzó a todo correr hacia la playa, se arrojó al agua, nadó hasta el bote, y ya se había aferrado casi a la tabla salvadora, cuando los franceses lo rechazaron bruscamente. Con mucha calma relata Hans Staden la criminal acción: Cuando quise trepar al bote, los franceses me empujaron fuera, creyendo que al llevarme contra los deseos de los salvajes, éstos podrían volverse contra ellos y convertirse en sus enemigos. Entonces regresé a nado, acongojado, a la costa, pensando que por lo visto era la voluntad de Dios que yo continuara en cautiverio. Pero al saber más tarde, en Dieppe, que aquel barco francés no había regresado aún, sospechándose que había naufragado con toda su tripulación, creyó reconocer, sin embargo, en tal destino, el castigo del cielo.

 

Entretanto, hubo de continuar llevando el yugo de la esclavitud. Debía seguir a sus amos en la guerra que movían a sus amigos y camaradas portugueses; debía contemplar con sus propios ojos cómo, tras de una encarnizada persecución de varias horas en canoa y una lucha sangrienta, eran vencidos éstos; cómo caían prisioneros sus viejos conocidos y eran muertos y comidos, señaladamente dos mestizos bautizados, que Hans Staden designa extrañamente con el nombre de mamelucos (5). Tenían unas costumbres infernales en punto a comida esos caníbales. De uno de ellos nos cuenta Hans Staden: El mismo Konyan Babe tenía delante de sí un enorme canasto lleno de carne humana; comió de una pierna, luego me la puso junto a mi boca y me preguntó si quería comer yo también. Yo le dije: Una bestia irracional casi nunca come a otra de su especie, ¡cómo ha de comer el hombre a un semejante! Él mordió el pedazo y dijo: ¡Qué bonito! ¡Soy una bestia tigre, me gusta mucho! (6).

 

Más tarde, no se sabe por qué motivo, Hans Staden es regalado al jefe de una aldea vecina, jefe que él llama rey Abbati Bossange. Allí no lo pasa del todo mal. Y por fin llega la hora de su liberación. Un buque francés atraca en Río de Janeiro. Abbati Bossange lo visita con su esclavo blanco, y al cabo se deja persuadir, después de una pequeña comedia que se representó ante él –diez marineros se declararon hermanos del cautivo y reclamaron su devolución- y pone en libertad a Hans, previa promesa formal, por parte de éste, de regresar indefectiblemente al año siguiente. El capitán hubo de pagar un rescate de unos cinco ducados en cuchillos, espejos y peines. De este modo, me salvó el Señor Todopoderoso, Dios de Abraham, de Isaac y Jacob, del poder de los tiranos.

 

Pero la muerte extendió una vez más su brazo para llevarse al desdichado. En el puerto de Río de Janeiro se trabaron en lucha el buque francés y el portugués que otrora viniera en busca de Hans Staden. Este fue herido aparentemente, pero se salvó como por un milagro. El último día del mes de octubre de 1554 levó anclas la nave que traía a su bordo al convaleciente y en febrero de 1555 pisó de nuevo Hans, en Honfleur, suelo europeo. Y a través de Dieppe, Londres y Amberes, regresó a su país natal.

 

Este es el relato de viaje de Hans Staden. Al primer librito siguió otro, titulado: Breve verídico relato de todos los tratos y costumbres, experimentados por mí mismo, de los Tuppin Inbas, cuyo prisionero fui. Un abundante material etnográfico de sumo interés se halla reunido aquí. Casi todo lo que describe Hans Staden ha recibido confirmación por investigaciones posteriores. Estas descripciones forman parte de lo mejor que se ha escrito en el primer siglo después del descubrimiento de América acerca del país y de los hombres del Nuevo Mundo.

 

Hans Staden se hizo famoso por su libro. En poco tiemp aparecieron varias ediciones y reimpresiones. En total se conocen 29 ediciones, entre las que figuran también traducciones al latín, francés y holandés. Ninguno de los que se ocupan de la Historia de los Descubrimientos puede pasar por alto al intrépido hesiense. Cualquiera que lea su libro, se sentirá conmovido por su carácter probo, leal y sinceramente piadoso. Se le cree, y se le creería aún cuando el sabio D Johannes Dryander, no hubiese asegurado, en una prolija disertación preliminar que pronunciara en Marpurgk, apoyándose en numerosas citas bíblicas, que todo lo que cuenta Hans Staden es de fiar sin restricciones. En su propia carne había sufrido éste lo que puso de epígrafe en su libro:

 

De qué le sirve el guardián a la ciudad

Ni al poderoso barco su rumbo en el mar

Si Dios no los protege a los dos.

**********

 

Nota de redacción de la  Revista Geográfica Americana:

 

La extraordinaria obra del lansquenete hesiense ha sido traducida a las más importantes lenguas vivas. Entre otras ediciones de valor citaremos la de la Hakluyt Society: The captivity of Hans Staden of Hesse in Ad 1547-1555 among the wild tribes of Eastern Brasil (London, 1874), con un amplio prefacio e introducción. Voyages, relations et memoires originaux pour servir a l´histoire de la découverte de l´Amerique Publius pour la premiére fois en francais par Henri Ternaux: Histoire d´un pays situé Dans le nouveu monde nommé Amérique par Hans Staden de Homberg en Hesse-Marbourg 1557-, editado por Arthur Bertrand, Paris, 1837. Entre nosotros, el traductor Edmundo Wérnicke ha preparado una nueva y prolija versión castellana con notas explicativas.

 

Nosotros asimilamos esta obra a la epopeya de otro lansquenete, Ulrico Schmidl, a través del cual contamos con nutrida información sobre los pueblos originarios de los actuales litoral argentino y Paraguay. Puntualizamos, además, que con posterioridad a la fecha de publicación del comentario que compartimos, se han realizado varias ediciones de la obra en Europa y en América, así como recientemente una película de origen brasilero, que reproduce las aventuras de Hans Staden (7).

 

(1)              Nota del comentarista: Prasilien, figura en el original

(2)              Nota del comentarista: Sic

(3)              El comentarista dice aquí: No puede tratarse, naturalmente, de la actual capital del Paraguay. Pero efectivamente, sí lo era, y en el supuesto de arribar los viajeros a esa ciudad, lo habrían hecho poco tiempo después de la rebelión que allí se desatara contra el Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca.

(4)              Nota del comentarista: Sic

(5)              No sabemos por qué se sorprende el traductor y comentarista de esta denominación que el cautivo aplica a dos de sus colegas. Sabido es que los mamelucos eran esclavos turcos, islamizados y puestos al servicio militar de los califas. Presumiblemente estos dos nuevos cautivos habrían pasado por tales situaciones.

(6)              Nota del comentarista: El indio se expresa en un alemán extraño en el texto del explorador, cosa que induce al autor de esta nota a observar, en un paréntesis, que según sospecha, el buen Hans hace hablar al salvaje en el dialecto de Wetterauer.

(7)              Tíitulo orignal: Hans Staden; Dirección: Sanin Cherques; País: Brasil; Idioma Original: Portugués; Formato: 16 mm; Categoría: Documental; Titpo: Color; Duración: 20 minutos; Año de producción: 1963; Productora: Instituto Nacional de Cinema; Distribuidora: FCB; Producción: Moisés Veltman.

 

 

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