Memoria del enemigo 16

¡Basta de guerra al Paraguay!

 

Cándido López: Campo de Curupayty

Estado interno de la Argentina durante la guerra

La retirada voluntaria de Urquiza en Pavón, las atrocidades cometidas por el mitrismo en el interior, la muerte del Chacho, la invasión de Venancio Flores con ayuda de Mitre a la República Oriental, fueron los capítulos iniciales de la guerra del Paraguay. Los federales comprendieron que en los esteros del Paraguay se jugaba también  su destino y, no obstante la propaganda mitrista que la disfrazaba de nacional, la guerra contra Paraguay era enormemente impopular.

En 1865 fueron los contingente de voluntarios que se sublevaban apenas les sacaban las maneas, o se sentían libres de los encargados de custodiarlos hasta las fronteras; en 1866 el desastre de conducción de la guerra había obligado a retirar de las provincias los batallones de línea que cuidaban la ¨libertad¨, porque los batallones de línea no habían sido enviados, sino en mínima parte, a los campos de batalla. La guerra se hacía con los guardias nacionales no sublevados, y los prisioneros de guerra paraguayos. Con las tropas de línea, más disciplinadas, el mitrismo protegía a sus gobernadores contra los gobernados.

Pero la guerra se prolongaba. Pese al optimismo de la frase ¨en seis meses en Asunción¨, a los dos años, no obstante la superioridad numérica y de armamentos de los aliados, éstos no habían penetrado veinte leguas en territorio paraguayo, y a costa de muchas pérdidas. Los paraguayos defendían cada palmo con un heroísmo desesperado. Los argentinos y brasileños los emulaban: cada batalla costaba decenas de miles de vidas sin resultado apreciable. Eso obligaba a distraer tropas de línea de las provincias para cubrir las bajas y por eso fue posible la gran insurrección federal de 1866-67.

A todo eso se sumó la peste. Llegó con los contingentes brasileños que iban a la guerra el vómito negro y la fiebre amarilla. La guerra del Paraguay se manifestaba en las calles de Buenos Aires y Rosario en la forma arbitraria, cruel, solapada, de la terrible endemia brasileña; no fue la única importad por los cambá; también llegaría el cólera a fines de 1867. Quienes pudieron, escaparon de las ciudades. ¨Sólo Mitre ha hecho perecer a tanto argentino –escribía Ignacio Gómez a Alberdi-… no se pregunta quién murió sino quién vive… causa lástima salir a la calle… Dios no tiene misericordia de nosotros, no sé qué será de muchas familias, ya se está huyendo al campo de miedo a la viruela negra…¨.

Repercusión de la publicación del tratado

Una sensación de podredumbre, de estar vendidos baratos a Brasil por un gobierno inepto e inescrupuloso, de vergüenza por el destino de la patria, llenó a casi todos los argentinos cuando se conocieron las cláusulas del tratado de la triple alianza. No se hacía ésta para abatir tiranías ni dar libertad de navegación, ni imponer a los paraguayos una constitución liberal. Esas habían sido frases para tontos. Se hacía para repartirse Paraguay como otra Polonia. Un pedazo del viejo virreinato, una provincia que había sido argentina, era entregada como despojo de guerra.

En los números del 5 y 6 de mayo La América publicó el texto íntegro del tratado ¨secreto¨. ¨Nos hierve la sangre de indignación ante tanto servilismo¨, clamó Navarro Viola; ¨El Libro Azul de  una monarquía egoísta viene a advertir a la democracia dormida que la venden por treinta dineros¨ escribía Alberdi desde París; ¨es una obra de cinismo y de abyección¨, decía El Pueblo del 9 de mayo, comprendiendo en ese momento la magnitud de la alianza, ¨trama paciente y prolijamente urdida por el imperio¨. El Paraná denunció en varias notas, empezadas el 29 de junio, que la agresión de Corrientes fue preparada por el gobierno. No era solamente la prensa: Adolfo Alsina, gobernador de Buenos Aires, a fuer de político de olfato no quiso quedarse fuera del clamor popular y diría en un mensaje a la legislatura: ¨La guerra bárbara, carnicera y funesta, y la llamo así porque nos encontramos atados a ella por un tratado también funesto… sus cláusulas parecen calculadas para que la guerra pueda prolongarse hasta que la República caiga exánime y desangrada…¨; y en el congreso, Félix Frías denunciaba a propósito del tratado que en el asunto oriental ¨la neutralidad nos prescribía no soplar en fuego e impedir que se extendiera a este lado de las fronteras… no fue esa nuestra conducta… la neutralidad no fue cierta, a pesar de haberla prometido el gobierno argentino. El fuego de la sedición fue atizado por nosotros¨.

Y sobre tal terreno, llegó la noticia del desastre de Curupayty: ¨desastre brutal que reveló la incapacidad del general en jefe a quien solamente por su parte oficial lo hubiera debido fusilar un consejo de guerra¨, escribía Martín Piñeiro a Sarmiento dándole la noticia de la muerte de su hijo Dominguito en ese ataque. Urquiza creyó que las cosas cambiaban,  y con asombro de todos ofreció una gran fiesta en su palacio San José, aparentemente festejando la derrota de Mitre. El vestido de su esposa ¨bordado de oro y brillantes estaba calculado en 160.000 pesos¨ escribe Ignacio Gómez a Alberdi; en la sala, junto con la bandera de Entre Ríos estaban la paraguaya, la oriental y la argentina. ¿Qué era eso? Victorica mirándolas preguntó a Urquiza ¨¿Es tiempo señor?¨ Y Urquiza quizás contestó en voz alta: ¨Lo digo fuerte: me gusta ese acomodo¨.

Repercusión de Curupayty

La noticia del desastre de Curupayty, corrió con velocidad por toda la República. Pese a las tergiversaciones del parte oficial y al ocultamiento del número de bajas aliadas (se dieron solamente mil, de las diez mil ocurridas), todos leyeron entre líneas la verdad del desastre. Pasó entonces algo asombroso: aunque fue una derrota y la sangre vertida era argentina, sólo La Nación Argentina, el diario de Mitre, y otros de su tendencia, lo sintieron como tal. Muchos se alegraron y aplaudieron abiertamente el triunfo y la causa del Paraguay; a la expresión de traidores que les lanzó el mitrismo, contestaron que la traición a la Patria estuvo en el tratado que nos había puesto a las órdenes del Imperio vecino. Osaban discutir en sus periódicos o en sus folletos que aquélla no era una guerra nacional. Miguel Navarro Viola escribe en Buenos Aires su folleto Atrás el Imperio. Carlos Guido y Spano juzga en El Gobierno y la Alianza que ¨la alianza es de los gobiernos, no de los pueblos¨. Olegario Andrade da a luz Las dos políticas, y en un folleto anónimo (tal vez debido a Juan José Soto) se ponen desde Concordia Los misterios de la alianza al alcance de los pueblos. En enero de 1867, El Eco de Entre Ríos, periódico de Paraná, se atreve a elogiar el nombramiento de Telmo López de general del ejército paraguayo, en cuyas filas combatía desde la iniciación de las hostilidades como lo había hecho antes en el ejército oriental contra Flores y los brasileños.

¨Estamos seguros de que Telmo López –decía El Eco– este hermano en Dios y en la democracia, en el elevado puesto que hoy ocupa sabrá colocarse a la altura de sus antecedentes y corresponder con brillo a la confianza del gobierno paraguayo y a las legítimas esperanzas que amigos tenemos depositadas en él… ¡Fé y adelante, joven guerrero! ¡Que el día del triunfo del Paraguay no está lejano, y la hora de la redención de nuestra patria se acerca ya!¨.

Día del triunfo, hora de la redención, hermano en Dios y en la democracia… ¿Estamos aliados a Paraguay? Rawson ordenó el cierre de cuatro periódicos entrerrianos: El Porvenir y El Pueblo de Gualeguaychú, El Paraná y naturalmente, El Eco, de Paraná, porque ¨han tomado una dirección incompatible con el orden nacional y con los deberes que al gobierno nacional incumben en épocas como la presente…¨.

Rosa, José María: La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas. Fragmento del capitulo 34: Basta de guerra al Paraguay. Buenos Aires, Hyspamérica, 1985.

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