De marchitamientos e inmarcesibilidades

Noticia preliminar al Martín Fierro y su Vuelta,

por Mario Crocco ©

 

Estoy comprometido con mi tierra, casado con sus problemas

y divorciado de sus riquezas.

Inodoro Pereyra

 

Al proponerme establecer la puntuación del “Martín Fierro” pensé en los chicos. El poema no se marchita – sólo mientras los pibes lo pueden leer. Y como el idioma del “Martín Fierro” es verbal, sonídico, sus unidades de significado son a menudo grupos de palabras, que si los chicos no oyeron no saben escandir: no pueden partir el verso en unidades semánticas, hacerle brotar figuras de sentido. Nunca olvido las rabietas de un amigo británico buscando en nuestros diccionarios “lo que es yo”. Claro, esas palabras figuraban todas, su unidad semántica no. Y si al buscarla en los versos del “Martín Fierro” los chicos se distrajeran de igual modo, perderían de vista el poema – marchito, desde el momento que no les dijese nada. El mérito de las ya modernas “ilustraciones” de Castagnino que aquí acompañan es señalar precisamente esto – no son ilustraciones, sino didáctica de la lectoescritura: el lector tiene que meter lógos, leer … la imagen, ensayando armar formas con sentido hasta que las figuras, antes invisibles, broten, igualito que en la metáfora raíz de la interpretación subjetivista de la mecánica cuántica, igualito que para aprender a leer el poema. Pero su lectura se facilita ya con sólo reformatear la puntuación.

Encima, a veces hay que corregir la ortografía. Por ejemplo, los criollos decimos “refosilo” y “refusilo” para denotar los fusilazos que se disparan las nubes ‑”ya está refusilando, meté la ropa ‘dentro”- con la metáfora romántica de las grandes batallas con fusiles, riñas de nubes semovientes. Refusilando. Pero no sólo escribimos “fusil” con ese: además, no pocos criollos usamos el verbo “refocilar” o “refocilarse”, que nada tiene que ver con relámpagos. ¿A qué defender lo indefendible, como si el mérito del autor lo requiriese? Lo que cayó en paronimia fue una aliteración vocálica, que le dicen – y se repite bastante. O sea que Hernández se equivocó al escribir lo de los refusilos con ce de refocilarse, posiblemente llevado de que el criollo los llama también refosilos. Equívocos ortográficos no quitan mérito al poema; repetirlos aun hoy, detracta a los editores. El pato lo pagan los pibes.

Entre la falta de reparos etimónicos visuales (es decir, de raíces reconocibles escritas: psicología es estudio del psiquismo, sicología rejunte de higos, pa’l léido que recuerda τά σίκα y los sicofantes) y la falta de escucha o de oír hablar en criollo en la colonizada selva de cemento, los jóvenes lectores preferirán adivinar qué dice su música en inglés. Lo creen más útil que descifrar poesía gauchesca. Pero no lo es: el “Martín Fierro” es discurso contrahegemónico, no espectáculo turístico ni herramienta de dominación; su tono político transmite valores y pertenencia, madura y arraiga, aviva, revoluciona… des-trasnacionaliza aun siendo universalizable. Y su profundidad no es solo humana y social, sino también técnica. Lo de que

el tiempo sólo es tardanza

de lo que está por venir

lo están tratando de descubrir algunos filósofos de la ciencia del otro hemisferio, pero por ahora sólo logran balbucearlo, sin poderlo acuñar con precisión. Es comprensible, acá por lo menos para eso sirvieron cuatro siglos de contrapeso aristotélico en nuestra educación. Pero allá … Allá el dominante platonismo que hizo dominante su cultura – de modo que también la nuestra hoy sea brutal con los pobres, a quienes mata de hambre y de exclusión – obstaculiza ver irrepetibilidades causales, sean estas personales (en los motivos que ponemos al comportamiento) o sean regulares (nómicas: en cada evento causado por las otrora llamadas “leyes de la naturaleza”). Esa ideología, seleccionada por exigencias de funcionamiento del sistema físico-bio-psico-social, es anticrónica (quiere al tiempo irreal, mera ilusión) a fin de que no se perciba la irrepetibilidad causal. Esta, a la vez que genera al decurrir del tiempo físico, también es una de las capacidades de las que disponen los individuos personales. La lucha contra el tiempo es pues negación del valor del otro, hecho de tiempo. Su tiempo, cuya disponibilidad el sistema expolia en vez de enriquecer, mandándolo a la frontera mitrista-sarmientina ayer, del vandalizado lazo social hoy. Y por ahí vemos que la ideología seleccionada por el sistema coercionante se autorreproduce reproduciéndolo tanto si habla de física cuanto mientras declama qué es persona. Es que en realidad la estratificación social homínida es un proceso biológico. Creerlo socioeconómico la descontextúa, la empobrece: la falsea. Por eso, si nos limitáramos a la economía política, la sola perspectiva que se acercaría a describirla sería el ultramaquiavelismo, como en Kautilya o el Pareto del Tratado de Economía Política o el correctamente fantaseado Report from Iron Mountain. En efecto, es biología. Se trata de la inexorable extensión de nuestra cadena trófica sobre los excedentes demográficos (“los pobres”, ocho décimos de la hominidad, eliminando de golpe a los cuales el mercado global financiarizado a ultranza operaría con estabilidad plena) como recurso energético-alimenticio de baja ley por explotar a lo antropófago y controlar a la Goebbels – extensión intraespecífica de nuestra cadena trófica que sólo la semoviencia educada en valorar a las personas individuales podría llegar a detener.

Así, en general, en ese inimitable primer mundo que se autopropone como modelo ni hablemos de ponerse en serio en la piel de un “gaucho miserable” o que duela en serio toda cicatriz ajena. Salvo la lucrativa evanescencia del goce egoísta, todo, hasta el incanjeable nacer en cierto cuerpo y arraigar en cierta Patria, es proclamado light, flu, puro espectáculo: el premio Pulitzer del año pasado se lo dieron a un jueputa (aunque dicen que en modo congruo con su desvalorización de la vida después creyó adecuado quitarse la propia, vaya uno a saber… ) que levantó esta imagen pero al hermanito negro que se arrastraba lo dejó para el buitre:

Si el todo no tiene sentido esa actitud resulta lógica: la gente no importa. Su valor se torna secundario, sólo instrumental; módico “costo” de un recurso reemplazable tan abundante que eliminar gente indeseada (tras declararlos no-gente: bárbaroi, impurezas étnicas, marginales, deseadores de lo que los medios no promocionan, daños colaterales, meros coágulos) es el negocio humano más redituable – segundo sólo a disfrazarlo. Tal devaluación del individuo la pretenden pues muchos intereses que pugnan por direccionar nuestra cultura, en lo que han hecho ya mucho progreso. Unificar nuestra cultura con la dominante facilita dominarla, rol del pensamiento único en un sistema mundial que ningún sector controla aún como anhela. Pero poner bienes de cambio u organizaciones sociopolíticas por delante de los psiquismos circunstanciados o existencialidades, únicas realidades valiosas por su capacidad de reconocer valores, elimina de la realidad todo valor. Poner el capital o las arquitecturas sociales delante de las realidades valiosas por su capacidad de reconocer sentido elimina de la realidad todo sentido – y todo sentido de la realidad. Todo deviene igual, nada resulta mejor; si no hay pecado prospera solo el pez grande igualito que cuando establece él, como pecado, lo que le conviene.

En eso coinciden el capital comunitariamente más irresponsable y el hegelianismo “socialista” más solidario: los individuos son secundarios, lo que vale es otra cosa. El mayor obstáculo, para la mundialización que ambos anhelan, son los muchísimos José Hernández que, desde conciencia falsa o genuina, niegan esa supuesta despreciabilidad o sacrificabilidad del individuo, reconociendo que aunque en el todo ontológico el rol de las existencialidades sea igual, en la naturaleza buitre y negrito desempeñan papeles diferentes. No es pues lo mismo quién come a quién. Pero eso quieren silenciarlo, absolutizando la biologización, pintándola inevitable. Ultramaquiavelísticamente. Sociobiológicamente. En el empeño de eliminar el obstáculo – el reconocimiento de valor intrínseco a cada individuo – coinciden ambos sectores, esperando aniquilar después a su presente aliado táctico. Si creemos al individuo no irrepetible sino fungible y – ya que otro podría substituirlo integralmente – que el individuo particular no importa, sino la colectividad de su comportamiento (la que ambos creen el solo sujeto histórico relevante, como hacedora de trabajo explotable o bien de organizaciones políticas “legítimas”), ¿qué importa este hermanito negro? Ya habrá otros negritos que filmar bailando música politicamente correcta, otro bebé que lo sustituya: tropa propia, no ajena. El platonismo en la cultura, dicho con más rigor (porque Platón criticó a los amigos de las Formas y dejó de ser platonista en tópicos como la semoviencia, que define al psiquismo) el pensamiento poietizante pitagórico-parmenídeo-platónico-puritano (PPPPPP; poietizante significa que atribuye al pensamiento producir la realidad, igualito que en la metáfora raíz de la interpretación subjetivista de la mecánica cuántica) que desvalorizando la irrepetibilidad del tiempo sostiene la coerción social, no deja ver la cadacualtez: lo que de cada uno hace no-otro. Y esa ceguera es el núcleo de tal pensamiento único.

A la existencialidad de cada cual, supuesta canjeable o fungible, se la pinta como organización accidental de contenidos mentales que agotan el alma – o como accidente organizativo de componentes espaciales que agotan el cuerpo. Estructura esa a la cual apodan mente, que significa “lo impreso”: lo plasmado de impresiones, mientras cerebro significa ceramento, cacho ‘e cera plasmable, como lo evidencian sus porciones exudadas por las orejas (cerumen). De esa manera, en las raras exposiciones del nexo psicofísico que eludan la antropología ganglionar (logrando por tanto alejarse del polirreflejismo automatizante, monismo neutro, behaviorismo ontológico, o cognitivismo basado en suponer que alma y cuerpo son sólo aspectos – caras de la misma moneda, Elohim-Adonai – de una única realidad homogénea y fungible) y en cambio reconozcan el contraste real de cuerpo y psiquismo (el mismo que vemos al observar la inserción del accionar de los psiquismos sobre la evolución de su biósfera, o al observar que el segundo actúa sobre el primero tanto semoviente como nómicamente mientras el primero sólo actúa nómicamente sobre el segundo; o bien al observar, en el desarrollo, el rol de esa diferencia), aún se seguiría pintando el encuentro, de cada existencialidad circunstanciada con su cuerpo particular, como accidentes topándose con accidentes, accidentalmente por cierto. Mientras Hernández pinta una antropología en que el gaucho es parte integral del paisaje, el capital salvaje plasma una antropología salvaje, a la que adhieren aquellos adversarios políticos suyos cuyas categorías descriptivas se contraponen entre ellas de modo automático, dialectizable, en la línea de Historia de las Ideas que va de los Upanishads y el gnosticismo antiguo al subjetivismo-transcendentalismo del Idealismo alemán y la gnosis de Princeton. Así, el pensar que pretende ser único no advierte en el nexo psicofísico relación intrínseca ninguna. No se advierte

1.      ni la relación constitutiva, o primaria en lo óntico y en lo epistemológico, de una existencialidad circunstanciada con la corporalidad que devino suya (es decir con las sucesivas porciones de procesos espaciales, arrastrados astronómicamente en veloz desplazamiento, cuya masa en un humano de unos sesenta años sumó unas sesenta toneladas que se alternaron, a razón de no más de unos sesenta kilos simultáneos, para ir formando sucesivamente el cuerpo desde donde su existencialidad experiencía): la relación primaria, de esa particular corporalidad con esa particular existencialidad, por error a veces se confunde con sus interacciones causal-eficientes, las que en cambio son sólo aquellas por medio de las cuales ese cuerpo y ese psiquismo (y no otro) pasan a moldearse uno a otro una vez ya relacionados en su constitutiva reciprocidad, llamada antropogénica porque genera y sostiene cada unidad personal tal como empíricamente se la halla,

2.      ni la relación, de la incanjeable unidad particular que constituyen – así intrínseca, primordial y originariamente relacionadas – esa corporalidad y esa existencialidad, con la porción no originada de la realidad, esto es, con la que reconoce y enactúa el motivo por el cual hay algo, y por el cual lo que hay es el particular algo que hay, en vez de no existir absolutamente nada. (Motivo, este, que es el reconocible valor de ese algo en particular, ya que ser no es mera predicabilidad poietizable y por tanto lo ente no puede fundarse a partir de otro ente, montándolo en elefantes, tortugas, abismos procelosos o bootstrapping cosmologies).

No se advierte pues el palindrome, la relación palindrómica entre la evolución astrofísico-biológica y los entes experienciantes allí. Reconocer esta relación es decisivo para saber si la gente está realmente constituida como verdadera parte integral del paisaje (pampeano colonial, civilización, recolonización global) o no lo está. “Verdadera parte integral del paisaje” significa que la existencia o la inexistencia de un particular individuo hace diferente a la realidad, de modo que jamás ninguno podría ser insignificante. Dicho de otro modo, reconocer esta relación palindrómica entre la evolución astrofísico-biológica y las entidades allí experienciantes es decisivo para saber si la naturaleza es sólo instrumento (meramente un medio) en vez de tener valor intrínseco (de fin en sí mismo) y si las entidades conscientes son meramente medio (para desordenar o entropizar la naturaleza más rápido) o en cambio tienen valor intrínseco. Esto es lo que está en juego en la opción de dejar o levantar a ese negrito y en la que tomó Hernández, de valorar al gaucho como individuo y no como tipo y embroncar al lector contra un aparato “civilizador” político-militar que lesiona el valor de su irrepetible existencialidad y ayuda a trasnacionalizar el arraigo que la manifiesta. Esto es lo que desde el pensamiento único no quiere verse pero tampoco puede verse, de modo que el capital comunitariamente irresponsable o salvaje hoy puede alistar a su servicio el obrar de aquellos adversarios, militantes del campo popular, que ‑por cuanto Marx invirtió al hegelianismo o “puso a Hegel de cabeza” en bloque, sin deconstruir el PPPPPP que vertebra internamente al idealismo alemán – pongan las arquitecturas sociales por delante del irrepetible individuo cadacuáltico, cuya existencia o inexistencia hacen diferente a la realidad.

En otras palabras, desde el pensar que pretende ser hegemónico, no digo ya los hechos, ¡pero ni siquiera las posibilidades de su lectura se ven! Estas posibilidades son, que la lectura del conjunto completo de hechos o realidades empíricas halle sentido en ambas direcciones (lectura palindrómica de la naturaleza) o, en cambio, que el sentido sólo pueda adscribirse a ese conjunto de hechos leyéndolo en alguna de las dos direcciones individuales. Una dirección única significa leer a la naturaleza en un sentido clásico, materialista o idealista; en cambio, sentido en ambas direcciones significa una funcionalización recíproca o en espejo, en que cada una de ambas realidades (organismos vivientes con psiquismo, y evolución astrofísico-biosférica) usa para sus propios fines a la realidad que la usa como medio. Lo que está en juego, pues, es establecer si las lecturas valorativas (axiológicas) adscribiendo sentido a lo que se halla en marcha en el universo pueden obtenerse en ambas direcciones, o no. Sobre esta alternativa pivota la posibilidad de determinar científicamente, entre otras cosas, si los seres vivos con psiquismo tienen más valor que la naturaleza sin psiquismo, o no – tema crucial para valorar a los individuos por sí mismos, desde la filosofía, ecología, ecofeminismo y ambientalismos biocéntricos, y todo tipo de ética. Y hoy la respuesta es simple: cuando tanto materialistas como idealistas nos describen todas las cosas tomadas en conjunto, hoy los científicos les podemos replicar “Sé verlas al revés” (que es también un palindrome).

El pensamiento único no lo quiere así. Aquella confluencia de intereses, del capital más salvaje y los colectivismos hegelianos, que presenta los individuos como secundarios a otra cosa (dinero o instituciones, respectivamente); aquella lectura del conjunto completo de hechos o realidades empíricas a través del totipermeante PPPPPP necesario para sostener esa supuesta despreciabilidad del individuo, no permite advertirlo. No se ve ni en qué los individuos empsiqueados son instrumentos para la naturaleza (cuyos procesos témporo-espaciales ellos, precisamente elongando las cadenas tróficas, acercan más al camino más corto, es decir al que emplea en tales procesos físicos la menor acción causal-eficiente) ni tampoco en qué la naturaleza es instrumento para los individuos empsiqueados (que por ella alcanzan que algunas existencialidades logren la genuina condición de libertad sin la ostensión de dicha porción no originada de la realidad, ostensión que hubiera podido desbaratar ese genuino logro de dicha condición en algunas – tornado, pues, posible por el sufrir de todas, las que así pueden participar de su valor, sin exclusiones). No advirtiéndose este palindrome desde el pensamiento único, supone que la aniquilación de la existencialidad del hermanito negro no implica la alteración del universo, cuya arquitectura fundamental – el enlace de sus “leyes” – persistiría inmutada, incluso ratificada, tal como persiste tras cualquier otro proceso causal-eficiente o temporal: después de una simple avalancha, caída de una hoja o choque de galaxias. En sostén de los negocios que piden al individuo insignificante, lo real así se presentaría sin sentido, insensato como cada rama del palindrome tras aislarla. Lo que excluye esa rama de su articulación mutua: exclusión, siempre exclusión, herramienta favorita – objetivo final. Contra el cual Martín Fierro des-trasna­cionaliza, aviva, revoluciona, madura y arraiga, transmite valores y pertenencia …

Pero por lógica, pues, quienes reconocen en lo real cualquier sentido intrínseco, quienes reconocen que la existencia o inexistencia de cada psiquismo altera al universo y hace diferente a la realidad, quienes reconocen que ninguna existencialidad es insignificante ni podría jamás llegar a serlo, son aquilatados sólo en cuanto factor político enemigo, que tras esa “bandera” pudiera marchar. En perspectiva política, para adoptar esa bandera hay que esperar que el adversario la suelte: el mismo pensamiento pretendidamente único cuenta con levantarla cuando el adversario caiga, no antes, y sólo como “bandera” o concepto convocante de partidarios. No como verdad. Así, cuenta con que finalmente todas las tiranías serán populares, ningún retroceso dejará de ser progresista, la inmunidad de la ultrahistoria al contenido de sus relatos permitirá que estos vayan para cualquier parte: excusas, pa’ arrear al gauchaje que cree autodeterminarse mientras regala el tiempo que lo constituye (“Vago no, quizá algo tímido para el esjuerzo”, rehúsa Inodoro). ¿A quién importa la verdad? Cuando el sabio señala la luna los tontos miran el dedo, decían en Babilonia; cuando un sector enarbola la verdad los vivos miran cuántos lo siguen, dirán los beneficiarios del PPPPPP. Si no se advierte el sentido, ¿cómo podría importar su verdad? El crimen del totipermeante platonismo es cegar para la cadacualtez, desarraigando ontológicamente a la gente y haciéndola indefendible (de ahí que la prédica mediática del apócrifo carácter ligero del vivir se acompañe con el pesado machacar académico sobre la apócrifa infundamentabilidad de la ética). Ese crimen tiene móvil: tornar incongruente toda rebelión contra la pretendida insignificancia de las únicas realidades valiosas por su capacidad de reconocer valores – y a sus militantes vendibles al persuadirse de esa apócrifa incongruencia y la apócrifa futilidad en respetar a las personas, persuasión que la presión de propaganda suele lograr inducirles recién al alcanzar edad de comandar.

Tener semejantes doctrinas como verdad fue el precio para hacer dominante una cultura, el medio para aspirar a mundializarla como pensamiento único, captando militancia popular (sincera, pero sin motivo para respetar individuos conceptuados accidentes de la materia, apilamientos azarosos, alimentos transformados) a fin de avanzar desde ambos lados a un tiempo – en pinza – contra cualquier aprecio no hedonista de las existencialidades individuales. Que sólo se opone a una mandíbula de la pinza, no a las dos: ¿se ve la maniobra? Pero, ¿cómo, sin perder poder, podría verse allí lo común con el adversario, lo razonable que pudiera residir en las banderas que lo encolumnan, el sentido de la finitud humana y la infinitud cósmica?

¿Se cierra así el círculo? ¿Las regulaciones cognitivas se agotan en prolongar a las biológicas, no hay buena nueva ni historia con final feliz, lo popular se opone a lo nacional como las trasnacionales quieren, toda militancia es incongrua y a su debido tiempo pervertible? Y sin embargo… en el bucle intraespecífico de la cadena trófica los dos sectores son de la misma especie. Miremos bien a la biología, miremos bien al uso político de las neurociencias. Cuando el dominante se alimenta de fantasías sobre la gente que son las mismas que usa para alimentarse con los dominados, desajusta su noción de la realidad. Desactiva su hipocresía, abre el flanco.

Eso en cuanto a la gente, a su idea de persona y del fin apaga-incendios de la mediación política. En cuanto a lo extramental puramente físico, les cuesta relacionar aquella tardanza de los procesos causal-eficientes con las relaciones sistémicas de las modalidades de interacción o fuerzas separadas que tejen la naturaleza; les cuesta ver que la tardanza, de lo que está por venir, variaría si la relaciones fuesen distintas entre esas modalidades separadas de acción física. ¡Qué bien les vendría rumiar los versos de Fierro! Empezarían a socavar su platonismo comprendiendo que esa tardanza corre afuera y lo intramental sólo la copia. Caminarían un paisaje que incluye motivos para respetar a los individuos, incluído el hermanito que dejaron pa’l buitre, con su tiempo disponible y la incanjeable relación de su irrepetible psiquismo con no-otro cuerpo y su cutis color de castaña. Entenderían que los recuerdos no se graban en el cerebro que se forma y deforma en esa tardanza – alimentos transformados – sino que la momentánea o prolongada incapacidad de reimaginar las partes aún inconscientes de un recuerdo sólo expresa la entropía (sea intencional, o bien por diferencia de resolución temporal) de sus operaciones reconstructivas … y la retentividad mnésica sale de la inmarcesibilidad del alma:

naides me puede quitar

aquéllo que Dios me dio:

lo que al mundo truje yo

del mundo lo he de llevar. (1)

 

Por eso el “Martín Fierro” es contrahegemónico. Por eso Hernández, pese a los elementos liberales en sus ideas, pudo concebir a la Argentina como una simple provincia, de la Patria Grande históricamente demarcada por quienes comparten raíces y desposesión. Lejos de quedarse en tibia denuncia de síntomas, queja al opresor, filtro inofensivizante que escolarice sin agitar, o épica arquetípica de un esquizoide cowboy del oprimido, el “Martín Fierro” es instrumental para construir aquella semoviencia educada en valorar a las personas individuales, que podría llegar a detener y revertir la prolongación de la cadena trófica homínida sobre sí misma, en bucle intraespecífico. O sea la conciencia de lo impermisible en poseer de más, cuando otros poseen de menos y la presión educativo-mediática – donde no llueven bombas – los incapacita conativa y a menudo físicamente (vía hambre, adicciones, medicalización de la infancia…) para efectuar su aporte al sentido de la vida en el tiempo; esa conciencia de que los medios de cambio no tienen dinámica propia sino los mueven sus propietarios, los generadores del doble pensamiento y la neolengua que Hernández tan bien ejemplifica antes de Orwell (y a escala grupal se tornan manipulación mediática), de modo que la dinámica del capital es dinámica libidinal; la conciencia, en suma, de que

    Aunque es justo que quien vende

  algún poquitito muerda,

/ cada lechón en su teta

es el modo de mamar.

Eso, y tantos significantes más de la comunicación política que el poema aporta sin conceptuarlos en modo técnico, se universaliza al advertirlo bucle trófico. Sin universalizar sus localismos: querría reírme imaginando la maestra de primaria en algún barrio de cuyo nombre no quiero acordarme, de guardapolvo sobre armadura y magisterio para “ascenso” social, completando ante la turbulencia foucaultizada el paradigma “… que vosotros yaguanáseis o yaguanárais…”. Pero no, no me atosiguéis, más que reirse sería ‘e llorar, otra oportunidad perdida en nuestra realidad, que (¿ya lo dije?) es brutal con los pobres porque los mata de hambre y de exclusión. Los chicos perderán de vista el porqué si los dejamos enzarzarse en superfluas dificultades de lectura. Antes prefiero ensayar establecer la nueva puntuación que facilite entender el “Martín Fierro”, y de paso dejar de reverenciar las desortografías del genial Hernández. Por “motivos de necesidad y urgencia”, que le dicen…

                                             Buenos Aires, junio de 1995

Nota 1. Tempus edax rerum, el tiempo se come todo lo extramental. Pero no toca las diferenciaciones internas de los psiquismos. En efecto, en la espacialidad extramental, los módulos básicos o elementales de los cursos de modificación (tiempo) son acciones microfísicas causal-eficientes. A cada una de estas la inyecta su campo y, en esa espacialidad donde no inhiere ni se origina, se ve privada de ubicuidad. ¿Cómo algunos eventos causal-eficientes de nivel microfísico, discretos y allí no-ubicuos, llegan a crear efectos macroscópicos, llevando el tiempo a esta escala? Es que a más del principio relativista de equivalencia también la masa constriñe su propagación. En ese ámbito fuera de los psiquismos y entre ellos, o hiato hilozoico, es decir entre estructuras cuya constitución espaciotemporal integra partículas microfísicas que han adquirido masa inercial, las acciones causal-eficientes según sus características especifican cambios de estructura posicional, que la masa inercial de aquellas partículas elementales impide revertir reaccionalmente. Por eso el tiempo transcurre con irreversible destrucción del pasado para las cosas en el espacio extramental – cuya inercialidad constitutiva les impide revertir cancelativamente los efectos (cambio) de cada absorción de un paquete (cuánto) de acción causal extramental.

En cambio, fuera de esa espacialidad extramental, es decir en los psiquismos (en cuya espacialidad las acciones y reacciones causal-eficientes inhieren, no se propagan -son ubicuas- y así, faltando dispersividad para la acción, no existen palancas), las realidades causal-eficientes se agotan o bien en reacciones entonativas (las entonaciones sensibles o sensaciones, que inhieren en el particular psiquismo reaccionante y son causalmente ineficaces y no estructurales; son modificaciones de dicho psiquismo carentes de estructura interna, impropagables aun en el hiato hilozoico) o bien en modificar las relaciones estructurales de las mismas (el pensar, direccionado por acciones causal-eficientes autotransformativamente creadas o semovientes privilegiantes de un posible entre varios, pensar capaz de prolongarse de modo causal-eficiente en el hiato extramental como conducta), cuyos cursos procesuales no se borran (son retenidos, como memoria, reimaginables con menos o más entropía noérgica) debido a la ausencia de curso de modificación temporal que los oblitere. En palabras de Fierro, “Lo que al mundo truje yo“, esto es, lo experienciado o vivido, “del mundo lo he de llevar” al desarmarse o desestructurarse (muerte) el estado vivo de la última porción de materia en que se localizan (cuerpo) las operaciones por las que cada particular psiquismo circunstanciado interactúa con su ambiente.

Crocco, Mario. Neurobiólogo ítaloargentino. Desde 1988 es jefe del Laboratorio de Investigaciones Electroneurobiológicas del Hospital Borda en Buenos Aires, Argentina y es director desde 1982 del Centro de Investigaciones Neurobiológicas del Ministerio de Salud de la República Argentina. Se le distingue por haber propuesto en 2006 un nuevo sistema de taxonomía para incluir el nombre de la hipotética bacteria que pudo haber sido detectada por el programa Viking durante 1975-1976 en el planeta Marte. A pesar de que los resultados fueron oficialmente declarados como inconclusos, hay científicos que interpretan los resultados como evidencia de metabolismo, y por lo tanto, de vida; los principales proponentes son Gilbert Levin, Rafael Navarro-Gonzálezy Ronalds Paepe. Crocco propuso crear nuevas categorías linneanas de clasificación biológica para poder incorporar el hipotético microorganismo marciano: Sistema de vida orgánico: Solaria. Biosfera: Marciana – Todos los organismos vivientes, extintos y existentes cuyos linajes se desarrollaron sobre el planeta solar Marte. Su taxón paralelo es Terrestria. Reino: Jakobia – Todos los organismos vivientes integrantes de Marciana cuya anatomía y fisiología están adaptadas para vivir habitualmente en las gamas de radiación ultravioleta y otras condiciones características del suelo superior del Marte, incluso si fuesen también capaces de sobrevivir en otro biotopos marcianos. (El reino es así denominado para honrar a Christfried Jakob (1866-1956), neurobiólogo que dedicó su vida al esfuerzo de entender y conceptuar la vida.) Género y especie: Gillevinia straata (en honor a Gilbert Levin y Patricia Straat, quienes dirigieron los experimentos originales en 1975). Más allá de sus investigaciones específicas en este punto y textos específicos de su profesión, he elaborado una cuidada versión del Martín Fierro de José Hernández, con notas previas de sumo interés, anexos linguísticos y socio-históricos (1995). Posteriormente, dicha obra fue publicada en forma convencional (2000). Fuentes: Varias.

 

 

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